Introducción: Ciudades Frágiles y Ciudades de Shalom
Es fascinante considerar cómo la Biblia puede entenderse como una narrativa que traza el desarrollo de dos ciudades que se despliegan en marcado contraste: la ciudad humana y la ciudad de Dios. Esta tensión recorre la historia bíblica como un hilo conductor, comenzando con la ciudad de Babel en Génesis 11 y culminando en la Nueva Jerusalén en Apocalipsis 22. Estas ciudades no solo ofrecen una metáfora clave para comprender la narrativa bíblica, sino que también plantean preguntas profundas sobre la condición, el propósito y el destino de la humanidad. Para explorar este tema, es esencial proporcionar primero algunas definiciones clave que arrojen luz sobre la naturaleza de estas dos ciudades.
¿Qué es una Ciudad Frágil?
Por un lado, la ciudad humana, tal como se describe en la Biblia y se observa a lo largo de la historia de la humanidad, es inherentemente frágil, producto de la ambición desmedida y las búsquedas egoístas que caracterizan a la naturaleza humana. A primera vista, estas ciudades pueden parecer deslumbrantes, destacándose por su arquitectura imponente, su poder económico y su influencia cultural. Seducen con su esplendor y ostentosa exhibición de grandeza, atrayendo a las personas con un encanto superficial y la ilusoria promesa de oportunidades de superación para la mayoría. Sin embargo, esta apariencia a menudo oculta una realidad mucho más oscura: desigualdad abrumadora, pobreza, corrupción, fragmentación, segregación e inseguridad. Son incapaces de sostener el bienestar integral de todos sus habitantes, ya que están diseñadas principalmente para beneficiar a las élites. Incluso las ciudades más “exitosas” del mundo actual esconden un lado vulnerable y a menudo sombrío: barrios marginados, sistemas de justicia quebrantados, instituciones públicas débiles, exclusión social, desesperanza y un vacío espiritual profundo. La falta de cohesión social, gobernanza eficaz, condiciones ambientales saludables y un crecimiento económico equitativo alimenta una cultura de desconfianza, violencia y corrupción sistémica. Un número significativo de sus ciudadanos carece de acceso a una infraestructura adecuada, a un suministro constante de servicios básicos, a la protección de derechos humanos fundamentales y a oportunidades de desarrollo. Bajo su fachada de esplendor, se esconde una fragilidad inherente que no solo resulta insostenible, sino que, inevitablemente, conduce al colapso eventual desde dentro. Hoy en día, la mayoría de las 4,037 ciudades del mundo con poblaciones que superan los 100,000 habitantes puede describirse como frágil1.
¿Qué es una Ciudad de Shalom?
Por otro lado, la ciudad de Dios, también conocida como la Ciudad de Shalom, presenta un contraste absoluto. No se define ni se sostiene por su apariencia externa, sino por sus fundamentos internos: paz, justicia, integridad y el florecimiento de todos. Es una ciudad edificada, no sobre la ambición humana, sino sobre la intención divina, diseñada para restaurar la creación y reconciliar todas las cosas con su propósito original. El Shalom que caracteriza a estas ciudades trasciende una paz superficial; encarna una plenitud integral en la que cada aspecto de la vida —relaciones armoniosas, justicia social equitativa, economía generosa y espiritualidad profunda— se alinea con el propósito y el diseño de Dios. (Para una definición más detallada, consulte las notas al pie)2. En este sentido, las ciudades de Shalom se manifiestan como centros de esperanza, desarrollo y bienestar integral. Se distinguen por ser entornos habitables, seguros y económicamente prósperos para todos, impulsados por líderes visionarios e íntegros, y comunidades de fe vibrantes que forman discípulos comprometidos con el bienestar común. Es más, en una ciudad de Shalom, una sociedad civil fuerte y organizada impulsa cambios sostenibles, asegurando que ninguna comunidad sea excluida o dejada atrás, sino que todas se integren plenamente en el desarrollo más amplio de la ciudad. Estas ciudades encarnan el ideal bíblico de “nada falta y nada está roto,” promoviendo la paz y la prosperidad para todos sus habitantes. La gobernanza efectiva, instituciones sólidas y el acceso a la justicia constituyen pilares fundamentales que aseguran una paz duradera. En resumen, podríamos decir que las ciudades de Shalom se caracterizan por:
- Seguridad y prosperidad económica para todos.
- Hogares y comunidades de fe llenos de esperanza.
- Acceso a una buena gobernanza, instituciones fuertes y justicia.
- Lugares habitables, saludables y sostenibles.
- Organización, cohesión y resiliencia de la sociedad civil.
- Mayor inclusión de grupos, comunidades y zonas marginadas.
La metáfora de estas dos ciudades, entrelazada a lo largo de la Biblia, nos invita a mirar más allá de sus descripciones físicas y geográficas, y verlas como reflejos de elecciones fundamentales y destinos para la humanidad. Por un lado, las ciudades frágiles exponen la transitoriedad y la vulnerabilidad de las obras humanas, construidas para la propia gloria y, a menudo, a expensas de otros. Por otro lado, las ciudades de Shalom encarnan el propósito eterno de Dios: comunidades fundadas en Su paz, justicia y plenitud, donde cada aspecto de la vida refleja Su diseño y amor.
Este contraste no es solo una ilustración teológica; es una invitación urgente a reconsiderar los valores y prioridades que dan forma a nuestras ciudades y comunidades. ¿Seguiremos el camino de la ambición humana, marcado por la búsqueda egoísta de poder y control que inevitablemente conduce al colapso? ¿Abrazaremos el proyecto divino, que ofrece un bienestar integral y duradero para todos? ¿O, peor aún, nos desentenderemos de nuestro llamado, abandonando nuestra responsabilidad de actuar como agentes de transformación en el presente, para simplemente esperar que Cristo regrese y lo arregle todo? La respuesta a estas preguntas definirá si nuestras ciudades reflejarán la fragilidad de Babel o la plenitud de la Nueva Jerusalén.
La Ciudad Frágil en la Biblia
La ciudad frágil aparece por primera vez en la Biblia con la construcción de Babel y su famosa torre (Génesis 11:1-9). Babel representa el arquetipo de la ciudad anti-Shalom, un lugar donde las élites humanas pisotean los derechos y la dignidad de los marginados, utilizando a las masas para construir su propio poder y privilegio. La ambición de Babel de “hacerse un nombre” simboliza el deseo de la humanidad de imponer control y dominio, oponiéndose a la visión de Dios y remoldando a las personas a su propia imagen, en lugar de la imagen de Dios.
Las Manifestaciones Bíblicas de la Ciudad Frágil
Esta ciudad metafórica reaparece en diversas formas a lo largo de las Escrituras, cada una con características que refuerzan su papel como símbolos de opresión, idolatría y rebelión contra Dios:
- Sodoma y Gomorra: Destruidas alrededor del 2000 a.C. según algunos estudios, son las primeras ciudades en la Biblia que representan la corrupción moral y la injusticia social (Génesis 19:1-29), aparte de Babel. Estas ciudades, situadas en la llanura de Jordán, cerca del Mar Muerto, no solo son condenadas por su inmoralidad, sino también por su opresión de los vulnerables y falta de justicia social, como señala Ezequiel 16:49-50: fueron soberbias, ociosas y no ayudaron al necesitado. Así, se convierten en un símbolo duradero de ciudades marcadas por la maldad, sirviendo como advertencia de cómo la ausencia de Shalom puede llevar a la destrucción total.
- Menfis, Egipto: Representa el poder opresivo que esclaviza a los israelitas durante 400 años (Éxodo 1:8-14). Bajo el dominio del faraón, Egipto se convierte en un sistema que explota la vida y el trabajo de los oprimidos hebreos para sustentar la grandeza de su imperio. Es interesante destacar que el término hebreos (o ‘ibrim) originalmente hacía referencia a un grupo de personas que vivían al margen de las grandes sociedades urbanas del antiguo Cercano Oriente, y con el tiempo llegó a asociarse con aquellos que eran pobres, desplazados o sin tierras. Este período, ubicado probablemente en el siglo XV a.C. según algunas tradiciones, muestra a Egipto como la personificación de una civilización que niega el Shalom de Dios, al perpetuar la injusticia, la explotación y la opresión sistemática.
- Nínive, Asiria: Es conocida por su poderío militar y crueldad, particularmente durante el siglo VIII a.C. Bajo el reinado de reyes como Salmanasar V y Senaquerib, Asiria destruye el Reino del Norte de Israel en el 722 a.C. (2 Reyes 17:5-6). Este imperio es recordado por su opresión y su práctica de deportaciones masivas que desarraigan a los pueblos conquistados, dejando desolación y fragmentación cultural. Nínive, descrita por el profeta Nahúm como arrogante y corrupta, simboliza una ciudad frágil destinada a la caída por su maldad y opresión (Nahúm 3:1-7).
- Babilonia: La capital del Imperio Babilónico bajo Nabucodonosor II, es conocida por su esplendor cultural y arquitectónico, pero también por su idolatría y opresión. En el 586 a.C., Nabucodonosor conquista Jerusalén, destruye el Templo y lleva al exilio a la élite de Judá (2 Reyes 25:1-21). En las Escrituras, Babilonia se presenta como un símbolo de arrogancia y rebelión contra Dios, marcada por su obsesión con el poder y su decadencia moral (Isaías 13:19-22; Jeremías 50:1-3).
- Antioquía, Impero Seléucida: Durante el siglo II a.C., los seléucidas, con su capital en Antioquía, imponen la helenización sobre los judíos, profanando el Templo de Jerusalén bajo el gobierno de Antíoco IV Epífanes (167 a.C.). Este acto desata la Revuelta de los Macabeos (1 Macabeos 1:41-64), en la que los judíos luchan por recuperar su libertad religiosa y el Shalom para su nación en medio de un contexto de opresión militar, cultural y espiritual que busca borrar la identidad y la fe del pueblo judío.
- Roma: Con su capital en la ciudad homónima, Roma se consolidó como el imperio dominante en los siglos I y II d.C., destacándose por su poderío militar, su control político centralizado y su opresión imperial, incluida la persecución de los primeros cristianos (Hechos 4:27-28; 1 Pedro 5:13). Aunque la Pax Romana se presentaba como un período de estabilidad y paz, esta “paz” se sostenía realmente mediante la fuerza militar, la explotación económica, la represión de las naciones conquistadas y el control religioso a través del culto al emperador. En el Nuevo Testamento, Roma no es vista como un símbolo de auténtica paz, sino como “Babilonia la Grande, la madre de las rameras y de las abominaciones de la Tierra” (Apocalipsis 17:5), alineada con las fuerzas del mal representadas por el dragón (Apocalipsis 12:17; 13:4-8). Reflejaba un sistema corrupto y opresivo que buscaba glorificarse a sí misma, seduciendo a las naciones, sus gobernantes y a las personas comunes a través de su decadencia moral, su lujo y su idolatría (Apocalipsis 17:1-2). No promovía el bienestar integral, sino que perpetuaba un orden humano que negaba la paz, la justicia y la plenitud verdadera que solo el Reino de Dios puede ofrecer.
Lo que Caracteriza a las Ciudades Frágiles
Es significativo notar que, desde Babel en Génesis 11 hasta Babilonia en Apocalipsis 17, cada una de estas ciudades y los imperios que representan refleja la esencia de las ciudades frágiles: lugares de poder efímero que seducen a las personas con su encanto superficial, solo para devorarlas una vez caen en su trampa. Estas ciudades buscan “hacerse un nombre”. En consecuencia, sus sistemas, estructuras y pueblos se caracterizan por:
- Religiones centradas en prácticas ritualistas vacías, que carecen de auténtica devoción y amor por Dios y el prójimo. Estas religiones no transforman el corazón ni la vida de las personas y se utilizan como herramientas de control y opresión por parte de los líderes religiosos y las élites culturales, en lugar de ser un medio para fomentar la justicia, la misericordia y la verdadera comunión con Dios y los demás.
- Sistemas políticos basados en la opresión, la manipulación y la injusticia, donde el poder se ejerce sin rendir cuentas y se justifica por sí mismo. Las estructuras políticas son corruptas, diseñadas para beneficiar a unos pocos en detrimento de las masas, y se mantienen en control a través del miedo, la intimidación, la maquinaria militar y policiaca, y la desinformación. La justicia se distorsiona y se utiliza para preservar el orden establecido, que favorece a las élites y margina a los más necesitados.
- Economías explotadoras y deshumanizantes, donde los recursos se concentran en manos de unos pocos mientras las grandes mayorías viven sumidas en la pobreza o apenas tienen lo suficiente para sobrevivir. El sistema económico se basa en la acumulación de riqueza por parte de los privilegiados, a expensas de la miseria de los más vulnerables, quienes a menudo carecen de los medios para cubrir siquiera sus necesidades básicas. La desigualdad se perpetúa, y las clases desfavorecidas quedan atrapadas en un ciclo de pobreza y desesperanza, sin acceso a oportunidades para mejorar su situación.
- Profetas llenos de falsedad, mentiras y manipulación, que alimentan la corrupción y el statu quo. En lugar de ser portavoces de la verdad y la justicia de Dios, los “profetas” de las ciudades frágiles predican mentiras convenientes que sostienen el sistema injusto. Sus palabras se utilizan para apaciguar a la gente, justificar la opresión, beneficiarse a sí mismos y desviar la atención de los problemas reales que afectan a la sociedad, todo mientras perpetúan el control de las élites.
- Pueblos que imitan a líderes políticos corruptos, figuras religiosas hipócritas y empresarios explotadores, adoptando sus valores de codicia, egoísmo y desprecio por los más débiles. Este comportamiento refleja una sociedad que se olvida de la dignidad humana y carece de compasión por los que sufren. La población, en su mayoría, vive bajo la opresión de un sistema que los explota, replicando las mismas injusticias que sufren con los que son aún más débiles, y convirtiéndose en cómplices de un ciclo perpetuo de corrupción y violencia.
En fin, estas ciudades son como las “bestias” descritas en el libro de Daniel, que emergen de un mar turbulento, representando imperios que surgen con gran fuerza, pero que son inherentemente destructivos y condenados a caer (Daniel 7:1-8). Estas bestias fomentan la deshumanización de sus habitantes por no reconocer y honrar su dignidad como portadoras de la imagen de Dios. Por un lado, cosifican a los débiles y a las masas, cuya dignidad es pisoteada al ser reducidos a simples objetos de consumo, botín electoral o mano de obra barata. Por otro lado, elevan a los poderosos a la categoría de semidioses, quienes asumen un rol divino en las vidas de los demás, convirtiéndose en tiranos monstruosos que deciden sobre la vida, la muerte y el bienestar de su propio pueblo, devorando especialmente a los marginados y desposeídos. En ambos casos, las personas son deshumanizadas y la imagen de Dios en ellas se distorsiona. En definitiva, Babel, en todas sus manifestaciones a lo largo de la historia bíblica y humana, encarna todo lo contrario a la visión de Shalom.
La Ciudad de Shalom en la Biblia
En contraste, la ciudad de Shalom tiene sus raíces en el Jardín del Edén (Génesis 2:8-15), un lugar de armonía, donde Dios y el ser humano vivían en una relación profunda de amistad y paz. Esta visión de la paz divina hace una breve pero significativa aparición en Salem, la ciudad que, según la Biblia, fue gobernada por el rey Melquisedec (Génesis 14:18), quien es descrito como “sacerdote del Dios Altísimo”. El nombre Salem, que se relaciona etimológicamente con Shalom, es considerada una ciudad justa en tiempos de Sodoma y Gomorra, un contraste con la corrupción de esas ciudades vecinas. Aunque la mención de Salem en la Biblia es breve, su simbolismo es significativo: representa una ciudad que encarna la paz divina en medio de un mundo caído y corrompido.
A lo largo de la narrativa bíblica, la ciudad de Shalom se consolida más plenamente con la fundación de Jerusalén (2 Samuel 5:6-10), un lugar que, a lo largo de los siglos, sería reconocido como el centro de la presencia divina (Shekhiná) en la tierra. Jerusalén, o Yerushalayim en hebreo, combina las palabras Yeru (que puede entenderse como “visión” o “ver”) y shalayim, un derivado etimológico de Shalom (paz, armonía, justicia y bienestar integral), destacando a Jerusalén como un lugar donde la presencia de Dios y Su visión de Shalom se materializan entre Su pueblo.3 Aunque Jerusalén se interpreta comúnmente como “Ciudad de Paz”, su significado literal podría ser “Ciudad de la Visión de Dios” o “Ciudad de la Revelación Divina”, donde el plan redentor de Dios es revelado y se manifiesta en la vida de Su pueblo.
Así que Jerusalén es vista como una ciudad ideal, la representación terrenal del reino de Dios, un lugar donde la justicia, la rectitud y la paz de Dios deben reinar (Salmo 122:6-9). Además, se describe como un lugar de esperanza y justicia, en el que las naciones serían atraídas para aprender de Dios y vivir en paz (Isaías 2:2-4). Esta visión de una Jerusalén pacífica contrasta directamente con la confusión y el caos de Babel (Génesis 11:1-9). En este sentido, Jerusalén está destinada a representar lo opuesto a Babel. Mientras que Babel simboliza la soberbia, la desunión humana, la deshumanización, y la rebelión contra Dios, Jerusalén encarna la visión divina de una sociedad justa, plena y armoniosa, donde todos los aspectos de la vida están en consonancia con el propósito de Dios.
Lo que Caracteriza a la Ciudad Shalom
En esta ciudad, la paz no es simplemente la ausencia de conflicto, sino la presencia activa de la justicia, la rectitud y la prosperidad divina en todas las relaciones humanas y en toda la creación. Las características fundamentales de esta ciudad de Shalom incluyen: justicia perfecta (Isaías 9:6-7), reconciliación total entre Dios y los seres humanos (Colosenses 1:19-20), y armonía entre todas las naciones y pueblos (Apocalipsis 7:9-10). La Ciudad de Shalom es, por tanto, un reflejo del corazón mismo de Dios para la humanidad: una sociedad restaurada y transformada por Su paz y justicia. Las características fundamentales de esta ciudad de Shalom son:
- Una religión que fomenta la conexión con Dios, con los demás y con uno mismo. Esta religión se basa en una relación íntima con Dios, donde los habitantes buscan establecer conexiones significativas no solo con Él, sino también con los demás y consigo mismos. La verdadera adoración y la justicia son el corazón de esta ciudad, y la vida religiosa no es meramente ritualista, sino transformadora. La paz de Dios no es solo la ausencia de conflicto, sino una presencia activa que sana las relaciones rotas y restaura la dignidad humana.
- Una política que promueve la justicia y el bienestar para todos, donde la política no está centrada en el poder de las élites ni en la opresión de los débiles. En cambio, se basa en una verdadera justicia, que busca el bienestar de toda la comunidad. El poder se utiliza para servir, no para dominar, y se procura la paz para todos. La política de la Ciudad de Shalom es inclusiva, promoviendo un estado de derecho en el cual incluso el rey está sujeto a la ley y tiene que rendir cuentas, garantizando así que los más vulnerables encuentren protección y apoyo en un sistema justo y equitativo.
- Una economía que impulsa oportunidades para la prosperidad común. La economía de esta ciudad está diseñada para crear oportunidades de avance para todos. No se basa en la acumulación de riqueza por unos pocos a expensas de muchos, como sucede en muchas ciudades frágiles. En lugar de explotación, la economía de Shalom promueve la generosidad, el trabajo digno, la creación de oportunidades y la distribución justa de los recursos públicos, asegurando que todos los habitantes puedan vivir con dignidad y sin carencias.
- Profetas que son testigos y mensajeros de la verdad y la justicia de Dios. No son servidores de las élites ni defensores del statu quo ni promotores de sus propios intereses. Por el contrario, son aquellos que desafían la injusticia, la explotación y la opresión, y llaman a la sociedad a regresar a los principios de rectitud y misericordia. En Jerusalén, los profetas representan la voz de la integridad, denunciando el pecado y ofreciendo esperanza de restauración y cambio.
- Un pueblo que refleja la paz de Dios a través de sus relaciones y comportamiento. Todos son tratados con dignidad y respeto, incluidos los extranjeros, los pobres y los marginados. La idea central de la Ciudad de Shalom es que todos los seres humanos, al ser creados a imagen de Dios, deben ser valorados y tratados con dignidad y justicia. El bienestar de cada individuo es fundamental, y no hay espacio para la discriminación ni el abuso. El pueblo de Jerusalén vive de acuerdo con los principios de compasión, equidad y amor hacia los demás.
La culminación de esta visión de la Ciudad de Shalom se encuentra en la Nueva Jerusalén descrita en Apocalipsis 21:2-4, la ciudad que desciende del cielo, donde Dios morará con Su pueblo para siempre y donde “no habrá más llanto, ni clamor, ni dolor, porque las primeras cosas han pasado.” Es el cumplimiento final del sueño de Dios para la humanidad: un lugar de reconciliación, paz y gozo eterno, donde el Shalom de Dios permea todas las áreas de la vida—la religión, la política, la economía, la justicia y las relaciones humanas. Esta ciudad es un modelo de justicia, donde los derechos humanos son respetados, todos tienen oportunidad de crecimiento, la riqueza y los recursos son compartidos, y la dignidad de cada persona es honrada. Representa la realización completa del Shalom: una ciudad transformada, donde el cielo y la tierra se besan, donde no solo las relaciones humanas son restauradas, sino también la creación misma, en armonía con el propósito divino, marcando el cumplimiento final de la visión de un mundo restaurado bajo el gobierno de Dios.
Así, la Ciudad de Shalom, desde su origen en el Jardín del Edén, pasando por Salem y Jerusalén, hasta su culminación en la Nueva Jerusalén, es la visión bíblica de lo que Dios ha destinado para la humanidad: un lugar donde Su paz, justicia y gloria llenan todo, una realidad viviente y transformadora para todos los que habitan allí. De este modo, la Ciudad de Shalom se presenta como la antítesis de las ciudades frágiles, invitándonos a vivir conforme a los valores del reino de los cielos.
Cerrando la Brecha Entre la Ciudad Frágil y la Ciudad de Shalom
A lo largo de la Biblia, se nos presenta el deseo de Dios de construir un mundo impregnado de Shalom, invitándonos a participar en Su proyecto divino y a colaborar en la creación de comunidades que encarnen Su propósito y visión de Shalom en el mundo. Aunque habitamos en la ciudad frágil, anhelamos acercarnos cada vez más a la Ciudad de Shalom. Pero, ¿cómo podemos lograrlo? La pregunta fundamental de cómo transitar de la ciudad frágil a la Ciudad de Shalom no solo es central en la narrativa bíblica, sino también clave para comprender la misión transformadora de Dios en el mundo.
El Llamado de Israel a Vivir el Shalom
Según la narrativa bíblica, Dios llama a un hombre ordinario, Abram, a salir del imperio de Babel y dirigirse hacia la tierra que Él le mostraría, prometiéndole que sería bendecido y que, a través de él, todas las naciones de la tierra serían bendecidas (Génesis 12:1-3). Es importante destacar que “bendecir” (del hebreo barak, בָּרַךְ) y shalom (שָׁלוֹם) están conceptualmente relacionados, ya que ambos términos apuntan hacia el bienestar integral que proviene de Dios. Juntos, encapsulan la visión divina de plenitud, paz y armonía para toda la creación4. La estrategia de Dios para infundir el mundo con Su shalom, entonces, comienza con Abram y su familia. A partir de ellos, Dios forma un pueblo—Israel—con el propósito de reflejar Sus planes de redención, reconciliación y justicia en el mundo. Cuando este queda esclavizado en Egipto, lo rescata para construir, a través de él, una nación apartada para sus propósitos, y, posteriormente, una ciudad especial e inconfundible: Jerusalén. Desde el principio, la intención de Dios fue que Su pueblo viviera bajo una ética de Shalom, que abarca la justicia, el bienestar y la integridad en todas las áreas de la vida. Dios no solo liberó a los israelitas de la esclavitud en Egipto para consolidar una comunidad litúrgica, sino que los formó como una nación santa, con un propósito mucho mayor: ser un testimonio vivo de Su Shalom en el mundo. Israel, a través de su vida conjunta, marcada por el Shalom, debía ser un faro de justicia, misericordia y paz para todas las naciones, mostrando cómo se puede vivir en conformidad con el reino de Dios y su Shalom aquí en la tierra.
- Éxodo 19:5-6: Dios llama a Israel a ser un “reino de sacerdotes y una nación santa,” definiendo su identidad y misión como un pueblo que refleja los propósitos de Dios para la humanidad. Al describirlos como sacerdotes, Dios los designa como intermediarios entre Él y las naciones, un puente entre el cielo y la tierra. Su papel no solo incluye la adoración y el servicio a Dios, sino también la tarea de revelar Su carácter, Su shalom y Su justicia a las demás naciones.
- Deuteronomio 4:5-8 resalta cómo los decretos y ordenanzas de Dios debían ser obedecidos por Israel en la tierra prometida, mostrando su sabiduría e inteligencia a las naciones vecinas. Estas, al observar las leyes justas e imparciales de Israel y la cercanía de Dios con su pueblo, exclamarían: “¡Qué sabio y prudente es el pueblo de esa gran nación!… ¿Y qué gran nación tiene decretos y ordenanzas tan justas e imparciales como este conjunto de leyes que te entrego hoy?” Este pasaje subraya el propósito de Israel como un ejemplo vivo de la justicia y sabiduría de Dios, un testimonio de cómo una nación, bajo la guía del Shalom divino, puede convertirse en una fuente de inspiración para otras naciones.
- Isaías 42:6-7: Dios llama a Israel, además, a ser un instrumento de Su justicia y restauración, describiendo su misión como la de “abrir los ojos de los ciegos” y “liberar a los presos.” Este llamado no se limita a actos espirituales, sino que simboliza una transformación integral que abarca todos los aspectos de la vida humana. Israel debía reflejar el Shalom de Dios, trayendo esperanza, libertad y renovación tanto a nivel individual como comunitario, actuando como agentes de sanidad y reconciliación en un mundo quebrantado.
- Isaías 49:6: Dios amplía el alcance de la misión de Israel al llamarlo a ser “luz de las naciones,” una designación que resalta su papel como portador de la salvación de Dios hasta los confines de la tierra. Este llamado no es solo un privilegio, sino una responsabilidad divina: ser un pueblo que no vive únicamente para su propio bienestar, sino que actúa como guía y testimonio para las demás naciones, revelando la verdad, la justicia y el Shalom de Dios a través de su vida colectiva y su fidelidad al pacto.
Todo esto demuestra que, desde la liberación de Egipto hasta la visión profética de Isaías, Dios ha designado a Su pueblo como un agente activo de Su Shalom en el mundo. Este pueblo está llamado a ser un “reino de sacerdotes” y una “luz para las naciones,” comprometido con la justicia, la paz y la liberación integral.
Fracaso y Exilio
Sin embargo, a lo largo de la historia, Israel luchó por cumplir su llamado. A pesar de las claras instrucciones de Dios, Jerusalén no alcanzó su propósito divino. En lugar de ser un faro de justicia, paz y santidad, se convirtió en una ciudad marcada por la injusticia, la violencia y la corrupción, descrita en Ezequiel 22 como una “ciudad sangrienta” donde se derrama sangre inocente, se cometen extorsiones y se ignora a los más vulnerables. Los profetas denunciaron con fuerza esta decadencia. Isaías critica a Jerusalén por convertirse en una “ciudad que se ha vuelto prostituta” (Isaías 1:21-23), donde la justicia había sido reemplazada por asesinatos y corrupción. Jeremías, por su parte, condena a la ciudad por su idolatría y falsa religiosidad, advirtiendo que los sacrificios vacíos y el culto litúrgico superficial no podrían sustituir la obediencia a la justicia y el cuidado de los oprimidos (Jeremías 7:3-6). Isaías 58 también señala la hipocresía del pueblo, que buscaba a Dios mediante rituales, mientras descuidaba liberar a los oprimidos, alimentar al hambriento y vestir al desnudo. En su esencia, Jerusalén falló al ignorar los principios del Shalom divino: justicia, compasión y rectitud, lo que finalmente la llevó al juicio y al exilio. Por ello, Jeremías la llama a arrepentirse antes de que sea demasiado tarde (Jeremías 5:1-5).
Lamentablemente, no lo hizo, lo que resultó en que Jerusalén fuera invadida por el Imperio Babilónico en el año 586 a.C., y muchos de sus líderes y ciudadanos fueran exiliados a Babilonia. La caída de Jerusalén y el consiguiente exilio fueron eventos devastadores, marcando un punto bajo en la historia de Israel. Sin embargo, este período de exilio, que se extendió hasta aproximadamente el año 538 a.C., cuando un primer grupo regresó a Jerusalén, y culminó con la reconstrucción del Templo en el año 516 a.C., 70 años después de su destrucción, no significó el fin del llamado de Dios a Su pueblo para encarnar Su misión divina. De hecho, aunque desplazados y viviendo en la tierra del enemigo, los exiliados seguían siendo llamados a vivir de acuerdo con el Shalom de Dios, incluso en medio de una cultura completamente ajena a Él.
La Carta Pastoral de Jeremías
Es ahí que el profeta Jeremías ofrece una guía crucial. A diferencia de los falsos profetas que prometían un regreso rápido a Jerusalén, Jeremías ofrece una comprensión más profunda en el capítulo 29:4-7. Instruye a los exiliados en Babilonia, alrededor del año 570 a.C., a no separarse ni retirarse de la ciudad en la que viven, sino a “buscar el Shalom de la ciudad a la cual los he desterrado. Oren al SEÑOR por ella, porque si prospera, ustedes también prosperarán.” Aquí se encuentra una ironía profunda y reveladora: el pueblo de Dios, que no logró cumplir su llamado de reflejar el Shalom de Dios en Jerusalén, ahora recibe una nueva oportunidad, pero esta vez en el corazón de Babilonia, el imperio enemigo. Paradójicamente, la ciudad responsable de la caída de Jerusalén se convierte en el lugar donde están llamados a buscar y promover el Shalom.
El mensaje de Jeremías es radical: incluso en Babilonia, el símbolo de la ciudad anti-Shalom y frágil por excelencia, el pueblo de Dios debe buscar su Shalom. Este llamado no consiste en retirarse del mundo, sino en involucrarse en él, transformándolo con la paz y la justicia de Dios. De una manera irónica, lo que parecía ser un castigo, un exilio, se convierte en una oportunidad para vivir el llamado de Dios en un nuevo contexto, en un entorno que parecía ser todo lo contrario a la ciudad prometida. Así, el exilio en Babilonia no solo desafía la comprensión de los exiliados, sino que los empuja a vivir la misión de Shalom de manera más profunda, mostrando que la visión de Shalom de Dios trasciende fronteras geográficas y políticas.
El Ejemplo de Jesús
La misión de transformar el mundo con el Shalom de Dios se ejemplifica aún más en las enseñanzas y acciones de Jesús. En Juan 17:15-18, Jesús ora por sus discípulos diciendo: “No te pido que los quites del mundo, sino que los protejas del maligno… Como tú me enviaste al mundo, yo los envío al mundo.” Estas palabras subrayan que sus seguidores no son del mundo en términos de valores o prioridades, pero son enviados a él con un propósito transformador: manifestar el Reino de Dios en la Tierra.
Jesús enfatiza esta visión en la oración del Padre Nuestro, cuando enseña a sus discípulos a pedir: “Venga tu Reino, hágase tu voluntad, en la tierra como en el cielo” (Mateo 6:10). Este llamado no es una invitación a retirarse del mundo, sino a participar activamente en él, trayendo la justicia, la paz y la restauración de Dios a cada rincón de la vida humana. El Reino de Dios no es solo una realidad futura; es una misión presente, y Jesús enseña a sus seguidores a vivir de tal manera que reflejen esa realidad celestial en sus relaciones, comunidades y estructuras sociales. Según Jesús, el Reino de Dios humaniza a las personas, restaurándolas a su verdadera identidad como portadores de la imagen de Dios. Esto contrasta profundamente con los reinos de las bestias descritos en Daniel 7, que deshumanizan y devoran a las personas, reduciéndolas a herramientas para perpetuar sistemas de opresión y poder. El Reino de Dios, por el contrario, libera, restaura y transforma, invitando a las personas a vivir en plenitud, justicia y amor. Por esta razón, Jesús enseña que debemos buscar primero el Reino de Dios (Mateo 6:33), porque en él encontramos la verdadera humanidad y la reconciliación con nuestro propósito divino.
Este llamado implica encarnar los valores de la ciudad de Shalom—justicia, misericordia, humildad y compasión—dentro de las estructuras y sistemas de la ciudad frágil. Jesús modeló este enfoque en su ministerio: restaurando a los marginados, desafiando la hipocresía religiosa, denunciando la injusticia y proclamando un mensaje de esperanza y redención. No solo predicó el evangelio, sino que lo vivió activamente, mostrando cómo las personas y las comunidades pueden ser agentes de transformación que reflejan el Reino de Dios en la tierra.
Por lo tanto, la misión de los seguidores de Jesús no es simplemente proclamar el Reino con palabras, sino vivirlo de manera tangible en sus interacciones diarias, sus decisiones y sus relaciones comunitarias. Es un llamado que requiere un compromiso activo con la restauración y la paz de Dios en un mundo profundamente necesitado de redención. Pero, ¿cómo podemos cumplir esta misión? ¿Cuál es el vehículo principal para transformar estas ciudades frágiles en Ciudades de Shalom?
La Misión de la Ekklesia
Transformar lugares frágiles en comunidades arraigadas en el Shalom puede lograrse a través de diversos medios, como incubación de nuevos negocios, empresas socialmente responsables, organizaciones sin fines de lucro, ONG, movimientos sociales y políticos, e iniciativas de incidencia pública y defensa de los derechos humanos. Sin embargo, un análisis cuidadoso de las Escrituras parece revelar que el principal vehículo de Dios para esta transformación es la ekklesia. Es interesante que este término, que se originó en la antigua Grecia, hace referencia a una asamblea cívica encargada de velar por el bienestar de la ciudad al discutir y decidir sobre asuntos públicos, cívicos y gubernamentales de su ciudad-estado (polis)5. En tiempos de Jesús, la palabra ekklesia no tenía connotaciones religiosas, sino que era parte del vocabulario político griego, utilizado para describir una institución cívica responsable del bienestar y la gobernanza de la ciudad.6
Es profundamente significativo que Jesús y los apóstoles eligieran este término en lugar de “templo” o “sinagoga” para describir la nueva comunidad que estaban formando. Esta elección subraya su intención de crear no solo una comunidad litúrgica, sino una comunidad de discípulos activa, misional y comprometida con la transformación de su entorno: una asamblea infundida con el ADN del Reino de Dios, apartada para buscar el Shalom de su ciudad.7 En este sentido, la ekklesia es mucho más que un lugar de adoración: es una comunidad enviada a transformar su ciudad y su mundo, enfrentando las fuerzas del mal y trabajando por el Shalom de Dios.
Efectivamente, la misión de la ekklesia no es pasiva ni defensiva, sino activa y transformadora. En Mateo 16:18, Jesús promete que ni las “puertas del Hades” prevalecerán contra su comunidad, lo que no solo alude a las fuerzas espirituales del mal, sino también a las estructuras de poder y corrupción en el ámbito humano. La ekklesia, como comunidad del Reino, está llamada a desafiar estas estructuras y a ser una fuerza de transformación integral. Su misión es vivir una teología de la transformación que enfrente y desmantele las estructuras opresivas para instaurar el Shalom de Dios en la Tierra, impactando profundamente su contexto espiritual, transformarse en ekklesias: comunidades misionales llamadas a hacer discípulos que buscan el Shalom de sus comunidades y ciudades. Este libro es una invitación a repensar las formas de ser iglesia y a trascender las limitaciones de los modelos tradicionales, para convertirse en verdaderas ekklesias que no solo celebran la fe, sino que también la encarnan en sus contextos. Al implementar los cinco signos descritos en estas páginas—reconciliación integral, espiritualidad práctica, mejores ingresos comunitarios, empoderamiento de la comunidad y liderazgo de servicio—las iglesias pueden convertirse en agentes de cambio y en auténticos portadores del Shalom de Dios. Así, participan en la transformación de ciudades frágiles en ciudades de Shalom, algo especialmente crucial en el contexto actual de las ciudades y metrópolis latinoamericanas, marcadas por la fragmentación, la violencia, la injusticia y una profunda necesidad espiritual. Así, serán faros de esperanza, justicia y renovación, reflejando la visión del Reino de Dios y su impacto transformador en el mundo.
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Notas al pie
- https://brilliantmaps.com/4037-100000-person-cities/ En esencia, la fragilidad urbana es multidimensional y puede caracterizarse por:
– Crecimiento urbano rápido y desregulado.
– Altos niveles de desigualdad y pobreza.
– Infraestructura inadecuada e instituciones débiles.
– Sociedad civil y civismo débil y falta de cohesión y confianza social.
– Desesperanza y escepticismo entre la población profundamente arraigados.
– Condiciones ambientales insalubres, falta de espacios públicos y vulnerabilidad a desastres naturales.
– Crecimiento económico insuficiente y falta de oportunidades de empleo.
– Desconfianza y relaciones rotas en todos los niveles.
– Violencia e inseguridad generalizadas dentro y fuera del hogar.
– Gobernanza ineficaz, exclusión estructural, injusticia sistémica y corrupción descontrolada. ↩︎ - El Shalom es un concepto teológico profundamente significativo en la Biblia hebrea, frecuentemente traducido como “paz,” pero cuyo significado va mucho más allá. Abarca integridad, plenitud, prosperidad, justicia, contentamiento espiritual, bienestar y armonía. No se limita a la ausencia de conflicto o angustia, sino que implica la presencia de relaciones positivas y armoniosas: entre las personas, dentro de las comunidades, entre las naciones, y entre la humanidad, el orden creado y Dios. Teológicamente, el Shalom es central a la visión bíblica de justicia, rectitud y bienestar para toda la creación. Está intrínsecamente ligado al carácter de Dios y a la promesa mesiánica, donde la justicia y la paz prevalecen en toda la tierra. En la teología cristiana, el Shalom se profundiza aún más a través de la vida y las enseñanzas de Jesucristo, quien encarna y proclama el ideal de Dios para un mundo restaurado, invitando a sus seguidores a participar activamente en la obra del Reino de Dios: la reconciliación y restauración de todas las cosas según Su propósito original. ↩︎
- “Shalayim” (שָׁלַיִם) en “Yerushalayim” deriva de la raíz sh-l-m (שָׁלוֹם), vinculándola con las ideas de paz y plenitud asociadas con la palabra Shalom. Aunque no es una palabra autónoma, su inclusión en el nombre Yerushalayim amplifica el significado teológico y poético de Jerusalén, destacándola como un lugar donde la paz, la justicia y la presencia de Dios están destinadas a habitar. ↩︎
- Bendecir, en el contexto bíblico, tiene un sentido amplio que incluye la provisión, protección, prosperidad, paz, y una relación restaurada con Dios y con los demás. Por su parte, shalom encapsula un estado de plenitud y armonía en todos los aspectos de la vida: relaciones humanas, justicia social, integridad personal y comunal, y paz con Dios y la creación. Cuando Dios promete a Abraham que será bendecido y que a través de él todas las naciones de la tierra serán bendecidas (Génesis 12:1-3), se está refiriendo a una bendición que trasciende lo material e incluye el establecimiento del Shalom de Dios en la tierra, mediante la bendición de las naciones. La misión de Israel como un pueblo escogido refuerza esta conexión: su llamado era ser un modelo de justicia, paz y bienestar integral, reflejando el carácter y los propósitos de Dios para todas las naciones. Por lo tanto, la bendición prometida a Abraham no es solo un acto aislado de favor divino, sino una invitación a participar en el proyecto de shalom de Dios: restaurar y reconciliar todas las cosas para que reflejen Su diseño perfecto y eterno. ↩︎
- Ed Silvoso, Ekklesia, 19, 23, 24 ↩︎
- Diarmaid MacCulloch, Christianity, 28. Penguin Publishing Group. Kindle Edition. ↩︎
- Ed Silvoso, Ekklesia, 23 ↩︎