Vivir en shalom significa vivir de manera íntegra, plena y con propósito, cultivando relaciones sanas y justas. Implica experimentar shalom en seis dimensiones fundamentales:
- Shalom conmigo mismo.
- Shalom con los demás.
- Shalom con Dios.
- Shalom con mi comunidad.
- Shalom con la misión de Dios.
- Shalom con mi ciudad y el mundo.
Estas dimensiones representan el shalom que Dios desea que abracemos y encaminemos en nuestra vida. A continuación, exploraremos cada una en detalle.

Shalom conmigo mismo
Muchas personas viven con una identidad distorsionada. Algunos están atrapados en la vergüenza, se menosprecian y creen que no son suficientes. Otros, en cambio, tienen una visión exagerada de sí mismos, sintiéndose superiores y con derecho a posiciones de poder y riqueza. Lamentablemente, ninguno de estos extremos permite experimentar el shalom. Para vivir en shalom, primero es necesario reconstruir una relación sana contigo mismo.
La buena noticia es que Dios te creó para vivir en paz contigo mismo y experimentar una profunda tranquilidad psicológica y emocional. Como afirmó Ireneo, el padre de la Iglesia en el siglo II: “La gloria de Dios es el hombre plenamente vivo.” En otras palabras, Dios se glorifica y se deleita cuando estamos verdaderamente vivos: cuando vivimos en paz con nuestra identidad, en armonía con los demás, y usamos nuestras capacidades y talentos para cumplir nuestro llamado vocacional. Pero ¿cómo podemos llegar a estar plenamente vivos? ¿Cómo podemos vivir en shalom con nosotros mismos?
Primero, acepta el cambio en tu vida y permite que Dios te forme más a su semejanza. Vivir en shalom contigo mismo implica abrirte a este proceso de transformación. Esto puede significar morir a aquellas influencias que han distorsionado tu identidad y te han alejado de tu verdadero ser, como la codicia, el falso patriotismo, la xenofobia o las masculinidades y feminidades tóxicas. También significa dejar atrás el pasado, perdonarte a ti mismo y alinearte con la obra de Dios en tu vida. Cuando te liberas de lo que te ha deformado, comienzas a vivir con mayor autenticidad.
En segundo lugar, implicará un cambio de prioridades. El shalom personal no se alcanza solo pensando en uno mismo. Se expande cuando aprendemos a considerar también el bienestar de los demás. Sin embargo, es importante recordar que la paz interior no depende de que todo en la vida funcione perfectamente. La clave está en confiar en Dios y entregarle nuestras preocupaciones. Como dice el salmista: “En paz me acostaré y dormiré, porque solo tú, Señor, me haces vivir seguro” (Salmo 4:8). Y el profeta Isaías añade: “Tú guardarás en perfecta paz a aquel cuyo pensamiento en ti persevera, porque en ti ha confiado” (Isaías 26:3; 32:17). Cuando aprendemos a confiar en Dios, nuestra ansiedad disminuye y comenzamos a vivir con mayor libertad.
En tercer lugar, acepta tu verdadera identidad: La gran libertad de la fe es que no necesitas ser perfecto. Dios no espera que lo seas. No tienes que fingir ser alguien que no eres. Cuando aceptas tu verdadero yo y dejas ir las falsas expectativas que has impuesto sobre ti mismo, comienzas a vivir con mayor autenticidad y seguridad. Vivir en shalom contigo mismo significa reconciliarte con tu historia, tu personalidad y tu propio cuerpo. Implica extender gracia a ti mismo. Cuando t vuelves sincero e integras tu vida interior y exterior, podrás “vivir en moradas de shalom”, porque la verdad te hará libre.
En cuarto lugar, reconócete como amado por Dios. Uno de los mayores obstáculos para vivir en shalom es la creencia de que no eres suficiente y que no eres digno de ser amado. Quizás hayas recibido mensajes que te hicieron dudar de tu valor, pero Dios ve las cosas de manera diferente. Él no quiere que la paz contigo mismo sea solo un momento ocasional, sino una realidad constante. Quiere que te aceptes tal como Él te creó—hermosa y maravillosamente hecho. Cuando comienzas a verte a través de los ojos de Dios, y te aceptas a ti mismo como amado, vivirás con mayor paz y seguridad interior, y serás más capaz de convertirte en lo que fuiste creado para ser.
En resumen, Dios desea que vivas en shalom contigo mismo, no solo por tu bienestar, sino para que te conviertas en una fuente de fortaleza para los demás. Como escribió Tomás de Kempis: “Primero mantén la paz contigo mismo, luego también podrás llevar la paz a los demás.” A medida que creces en shalom y madurez emocional, también asumes mayor responsabilidad moral y personal. Este proceso de transformación no siempre será fácil; algunas partes tomarán tiempo y serán dolorosas. Sin embargo, podemos confiar en que Dios nos sostendrá en el camino. Recuerda: “La gloria de Dios es el hombre plenamente vivo.”
Shalom con los demás
Las luchas étnicas, los conflictos, la polarización política, la opresión, la violencia, la codicia, la injusticia, la enemistad, la deportación y la guerra han causado dolor y sufrimiento a lo largo de la historia de la humanidad. Incluso cuando las personas logran coexistir pacíficamente, esto no significa necesariamente que se interesen unos por otros, especialmente cuando prefieren evitar a quienes son diferentes, rechazan abrazar la diversidad y establecen sistemas que fomentan la segregación, el ostracismo o incluso la exclusión sistemática de ciertos grupos y hasta la exterminación.1 El resultado es una profunda falta de shalom en todos los ámbitos de la sociedad, porque excluir a los demás es, en última instancia, excluir a Dios. Aquellos a quienes vemos como el otro también han sido creados a su imagen y semejanza.
Dios desea que experimentemos la alegría y la abundancia de la vida que ha preparado para nosotros. Ser parte de una comunidad sana, donde encontramos pertenencia, ánimo e inspiración para crecer, es clave para esta vida abundante. Sin embargo, solo podemos experimentar shalom cuando nos abrimos a los demás, cultivamos conexiones y construimos relaciones saludables. Pero, ¿cómo podemos crear espacios donde podamos aprender a amar? ¿Cómo podemos desarrollar en nosotros mismos una mayor apertura para aceptar a quienes son diferentes? ¿Cómo podemos vivir en shalom con los demás, comenzando con nuestra familia, nuestros vecinos, compañeros de trabajo y extendiéndonos a nuestra ciudad, nación y mundo?
Para comenzar, debemos aprender a escuchar con empatía. Es fácil apresurarnos a sacar conclusiones o aferrarnos a prejuicios, pero shalom comienza cuando elegimos ser curiosos en lugar de críticos. Escuchar con generosidad nos permite comprender mejor la perspectiva de los demás, incluso cuando no estamos de acuerdo. También abre puertas a amistades más profundas, ayuda a superar divisiones y evita la deshumanización de quienes consideramos el otro.
En segundo lugar, muchos conflictos se agravan y persisten porque hablamos acerca de los demás en lugar de hablar directamente conellos. La paz en nuestras relaciones se fortalece cuando tenemos el valor de expresar la verdad y lo que se tiene que decir con amor. Esto no solo es clave para resolver malentendidos, sino también para confrontar a aquellos que denigran la imagen de Dios en los más vulnerables.
Tercero, cuanto más aprendas a otorgar el beneficio de la duda, mejor podrás construir conexiones y amistades más profundas con los demás. Todos tenemos una necesidad innata de sentir que somos “vistos y comprendidos”. Así que, cuando sentimos que otra persona está realmente interesada en nosotros, que no nos juzga y más bien busca entender quiénes somos y por qué hacemos lo que hacemos, eso nos levanta el ánimo y nos hace sentir vivos. De manera similar, tus relaciones mejorarán, cuando realmente busques entender y animar a los demás.
Por otro lado, todos hemos sido heridos y, en algún momento, hemos encontrado razones para desconfiar de los demás. Guardar rencor y alejarnos de quienes nos han lastimado puede parecer la opción más fácil, pero el resentimiento nos atrapa, nos amarga y nos impide vivir en shalom. Por eso, es esencial aprender a sanar relaciones rotas mediante el perdón, incluso hacia uno mismo. Al hacerlo, shalom puede restaurarse en tu vida, especialmente cuando logras reconstruir conexiones que parecían perdidas. Es importante recordar que el perdón no se trata solo del otro, sino de nuestra propia salud emocional, crecimiento y bienestar interior.
Dios nos llama a vivir en shalom con los demás. Como seguidores de Jesús, estamos llamados a un estilo de vida marcado por el amor y el perdón, donde aprendemos a acoger y abrazar a quienes nos rodean. Al hacerlo, nuestra vida se enriquece y reflejamos más plenamente la imagen de Dios en nosotros. Como señala Howard Snyder: “Hasta que el reino de Dios pueda demostrarse en nuestras relaciones de amor con los demás, no tenemos nada creíble que decir a un mundo incrédulo y roto.” Cuando elegimos amar, nos volvemos más plenos y vivimos con mayor propósito, reflejando cada vez más la imagen de Dios en nuestro ser.
Shalom con Dios
Una de las revelaciones más poderosas de las Escrituras es que el corazón de Dios para nosotros es bueno. Una y otra vez, Dios nos busca y procura establecer una relación amorosa con nosotros. Desafortunadamente, muchas personas viven una relación tensa con Dios debido a una imagen distorsionada de Él. Aunque pueden afirmar intelectualmente los atributos tradicionales de Dios—como su amor, omnisciencia y omnipotencia—en su interior lo perciben más como una figura prohibitiva, emocionalmente distante y castigadora.
Por supuesto que estas imágenes negativas afectan profundamente nuestra relación con Dios, ya que es imposible experimentar un vínculo auténtico, apasionado y amoroso cuando nuestra percepción de Él no nos inspira confianza ni amor. Una imagen de Dios cargada de tensión no solo daña nuestra relación con Él, sino que también distorsiona nuestra autoimagen y nuestra manera de comprender el mundo.2 Por eso, Dios anhela profundamente que restauremos nuestra relación con Él y lo conozcamos por quien realmente es: Yahvé Shalom3 —uno en esencia, pero una comunidad de amor, cuidado, justicia, pasión, comprensión, respeto y bondad.4 Curiosamente, en la iglesia primitiva, una de las imágenes más poderosas utilizadas para describir la Trinidad era la de una danza de coexistencia e interconexión. El Padre, el Hijo y el Espíritu Santo habitan en una eterna y alegre danza de amor y honor, ritmo y armonía, gracia y belleza, dar y recibir. El universo mismo fue creado como una expresión y extensión de esta danza divina.5
Conocer a Yahvé Shalom nos permite formar parte de la familia de Dios, comprendernos mejor a nosotros mismos, crecer en carácter y vivir con mayor integridad. Juan Calvino, el reformador del siglo XVI, expresó esta verdad con claridad: “Casi toda sabiduría consiste en dos partes: el conocimiento de Dios y el conocimiento de nosotros mismos… no es fácil discernir cuál precede y da origen al otro.”6 En otras palabras, conocerse a sí mismo comienza con el conocimiento de Dios y viceversa. Así que, conocer, adorar y seguir al Dios que desea bendecirnos con un sentido de pertenencia y que quiere proveer para cada necesidad, es la esencia de vivir en shalom. La pregunta entonces es: ¿cómo podemos crecer en nuestro conocimiento, comprensión y amor por Dios, quien anhela derramar shalom en nuestras vidas y en el mundo?7
Primero, fortalece tu fe aprendiendo sobre la historia de Dios. Descubre cómo Él ha actuado a lo largo de la historia, cómo se ha revelado, cómo se ha acercado a la humanidad y cómo busca establecer shalom y cumplir su sueño en la tierra como en el cielo. Luego, da pasos para confiar en Dios—quien es bueno, bello y compasivo—con tus decisiones de vida, incluyendo tus finanzas y la manera en que priorizas tu tiempo y recursos. A medida que alineas tu historia personal con la suya y comienzas a buscar su Reino en lugar de perseguir únicamente tus propios planes, experimentarás un crecimiento más profundo y te convertirás en la persona que realmente fuiste creado para ser.
En segundo lugar, nos convertimos en aquello que adoramos, y adoramos lo que más valoramos. Cuando buscamos el placer, la belleza y la verdad fuera de Dios—ya sea en nosotros mismos, en otras personas o en cosas como la riqueza y el estatus—terminamos atrapados en un ciclo de dolor, confusión y desorientación. En lugar de eso, haz de Dios el centro de tu adoración. No dividas tu vida entre una identidad religiosa y otra secular. Adórale con todo lo que eres—en tu trabajo, en tu forma de vivir, en tus relaciones y en comunidad con otros. A medida que lo hagas, tu vida será transformada.
En tercer lugar, trabaja como para Dios. Tu trabajo es valioso y la manera en que lo realizas importa. Cuando comprendes esto, dejas de verlo solo como un medio para ganar dinero o sobrevivir. En cambio, al usar tus dones y talentos para reflejar a Jesús en tu entorno laboral, tu trabajo se convierte en una vocación—un acto de adoración—por medio del cual sirves y bendices a otros, trayendo más shalom a la tierra. Trabajar como para el Señor te permite experimentar más de Dios en tu vida cotidiana, ya que te integras a su obra en el mundo, desempeñando el papel para el que fuiste diseñado: hacer el bien y avanzar su Reino en tus esferas de influencia.
En cuarto lugar, no vivas para trabajar; trabaja para vivir. Esto significa apartar tiempo en tu semana para descansar, reflexionar y disfrutar de momentos de calidad con amigos, familia y Dios. Cuando cultivas estas conexiones, el estrés y las preocupaciones de la vida pierden poder sobre ti. Al recibir el regalo del descanso—honrando el sábado y tomando pausas regulares de la incertidumbre, la ansiedad y la inseguridad que a menudo nos rodean—experimentarás más shalom, mayor serenidad, tranquilidad y paz en tu vida.
En quinto lugar, alégrate siempre. Esto no significa, como algunos han malinterpretado, que debas estar constantemente feliz. Ni siquiera Jesús estuvo siempre feliz. Sin embargo, nuestra alma cobra vida y nuestra experiencia de la presencia de Dios se vuelve más real cuando adoptamos una actitud marcada por la gratitud en lugar de la amargura, por el gozo en lugar de la desesperanza. Cuando elegimos no permitir que el dolor y la frustración ahoguen nuestra alegría y, en cambio, aprendemos a encontrar gozo en las pequeñas cosas—en la amistad, en la belleza de la naturaleza, en la presencia de Dios—experimentamos un shalom más profundo.
En resumen, Dios anhela que lo conozcamos como Yahvé Shalom, para que su paz fluya en nuestros corazones, vidas, relaciones, espacios de trabajo y sistemas. ¡Dios está de nuestro lado, no en contra nuestra! Aunque no podemos controlar las incertidumbres y desafíos de la vida, en la presencia de Yahvé Shalom encontramos esperanza, perspectiva, alegría, fortaleza, valentía y paz para enfrentar cada día. Por eso, Agustín de Hipona, el obispo norteafricano del siglo IV, dijo: “Enamorarse de Dios es el mayor romance; buscarlo, la mayor aventura; encontrarlo, el mayor logro humano.“8
Shalom con mi comunidad
La fe cristiana no es una fe privada ni existe principalmente para brindarnos paz y salvación individual. Más bien, es una fe compartida, a través de la cual encontramos pertenencia, propósito y una misión en común. El misiólogo sudafricano David Bosch lo expresa así: “El cristianismo que no comienza con el individuo, no comienza; pero el cristianismo que termina con el individuo, termina.”9 En otras palabras, fuimos creados para vivir en comunidad, porque es en la relación con otros donde crecemos y somos transformados. Es allí donde aprendemos a amar y a abrazar, a bendecir y a servir, y a mirar más allá de nosotros mismos. Las palabras del matemático y filósofo francés Blaise Pascal reflejan esta misma verdad: “No es el Dios de los filósofos y eruditos… No es un Dios que pueda ser ‘aprendido’ o alcanzado en aislamiento, sino un Dios ligado a una familia humana, que solo se encuentra dentro de esta comunidad. El propósito de la misión del pueblo de Dios es formar una comunidad—para despertar no solo una fe, sino una fe compartida.”10
El sueño de esta comunidad Shalom es un hilo dorado que atraviesa toda la narrativa bíblica. A lo largo de las Escrituras, diversos escritores y líderes la describen con distintos nombres: el reino de paz, el nuevo cielo y la nueva tierra, el reino de Dios, la Nueva Jerusalén. Jesús fundó la ekklesia—la asamblea de los llamados a buscar el shalom de su ciudad—para dar forma concreta a esta comunidad Shalom a través de su vida en común. Sus relaciones redimidas debían ser un testimonio vivo de que, en un mundo fragmentado, la separación, la alienación y las barreras de todo tipo podían ser superadas por el poder reconciliador de Cristo.9 Dallas Willard lo expresa así:
“El objetivo de Dios en la historia es la creación de una comunidad inclusiva de personas amorosas, incluyéndose a Sí Mismo en esa comunidad como su principal sustento y el habitante más glorioso.” Por ello, “la plantación de iglesias no puede ser el objetivo final de la misión, solo el comienzo.”10 La meta última es una iglesia vibrante y llena de amor, que trabaje activamente por el bienestar de la comunidad en la que Dios la ha colocado.11 La primera ekklesia entendía que su misión no era solo la salvación individual, sino la proclamación del reino de Dios, la práctica de una nueva forma de vida y la restauración de la creación.12 Pero, ¿cómo podemos ser el cuerpo de Cristo en la Tierra? ¿Por dónde y cómo empezamos?
En primer lugar, asume la responsabilidad de tu iglesia. Es tu comunidad de fe, de aprendizaje, de crecimiento y de pertenencia. No delegues todo en los líderes; en lugar de eso, involúcrate activamente en la vida y misión de tu iglesia. Usa los dones y habilidades que Dios te ha dado para bendecir a otros. Deja de ser solo un consumidor religioso y conviértete en un miembro activo del cuerpo de Cristo. Junto con otros, participa en la tarea de glorificar a Dios, servir al prójimo, compartir la verdad, restaurar el mundo y vivir como el pueblo de Dios, en shalom.
En segundo lugar, celebra la unidad y disfruta la diversidad. Así como el cuerpo humano está compuesto de diferentes partes, el cuerpo de Cristo está formado por una variedad de personas, dones y experiencias. Nadie es más valioso que otro; cada uno tiene un papel esencial que desempeñar. Por eso, es fundamental que escuches y consideres las ideas y experiencias de aquellos que son diferentes a ti. Cuando lo haces, tu vida se enriquece. Participa en la construcción de una comunidad de shalom, acoge a quienes son diferentes a ti, y mantén una actitud abierta para aprender de ellos y ministrar juntos en un espíritu de unidad dentro de la diversidad.
En tercer lugar, encuentra fortaleza en la pertenencia. Como cristianos, no solo estamos llamados a creer, sino también a pertenecer. No fuimos diseñados para vivir vidas solitarias, sino para ser parte de la familia de Cristo y miembros activos de su cuerpo. La iglesia existe para ser una comunidad significativa donde los creyentes puedan recibir apoyo, cuidado, ánimo y amistad. Sin embargo, la pertenencia no es automática; requiere una decisión intencional. Debes estar dispuesto a acercarte a los demás, abrirte y hacerte vulnerable. Cuando elijas involucrarte de manera genuina, experimentarás un shalom más profundo.
En cuarto lugar, practica la hospitalidad creando un espacio donde los demás se sientan bienvenidos y en casa. Desafortunadamente, “la cultura cristiana es a menudo una barrera para que la gente se enamore de Jesús”, ya que muchas veces es rígida y excluyente en lugar de cálida y acogedora.13 ¿Por qué sucede esto? En la primera ekklesia, la vida comunitaria giraba en torno a reuniones en hogares, con un enfoque en compartir una comida común.14 En contraste, muchas iglesias hoy en día están estructuradas principalmente en torno a una liturgia y servicio dominical, con un predicador, un escenario y un grupo de alabanza como el centro de la experiencia. Para construir una cultura de shalom, es crucial que la iglesia recupere su esencia como una comunidad de hospitalidad, donde acoger a los demás, compartir la mesa y partir el pan juntos sean prácticas fundamentales. Esto transformará a la iglesia de un grupo de espectadores religiosos en una verdadera comunidad de amigos.
En resumen, Dios desea que experimentes la alegría de pertenecer a una comunidad donde seas acogido y aceptado. La iglesia existe para que sus miembros se apoyen mutuamente y caminen juntos en fe. Cuando comprendemos que la iglesia no solo es un refugio espiritual, sino también el agente de Dios para la redención del mundo, entendemos por qué los escritores del Nuevo Testamento fueron tan insistentes en la importancia de la reconciliación. Nos exhortan a dejar atrás la amargura y la calumnia, a perdonarnos unos a otros y a caminar en amor, tal como Cristo nos amó. Cuando vivimos de esta manera, el shalom se vuelve una realidad palpable en nuestras vidas individuales y en nuestra comunidad. Nuestra vida compartida se convierte en un testimonio vivo, una fragancia atractiva para aquellos que nos rodean, en nuestro entorno, nuestro trabajo y nuestra ciudad.
Shalom con la misión de Dios
Nuestro Dios es un Dios misionero, un Dios que envía, profundamente comprometido con la restauración del mundo, mucho más de lo que nosotros podríamos estarlo. Él hizo el mayor sacrificio al enviar a su Hijo para iniciar un movimiento de shalom en la tierra, entregando su vida para que, por medio de su sangre derramada en la cruz, Dios pudiera reconciliar todas las cosas—tanto en el cielo como en la tierra—y hacer shalom con su creación. Esta Missio Dei (la misión cósmica de Dios) es el hilo conductor que une toda la Escritura, desde la creación original en Génesis 1 hasta la nueva creación en Apocalipsis 22. Lo más asombroso es que Dios nos invita a participar en esta misión. Jesús dijo: “Como el Padre me ha enviado, yo los envío” (Juan 20:21). Esto significa que, si queremos conocer verdaderamente al Dios de la misión, debemos involucrarnos en su obra y convertirnos en misioneros nosotros mismos. También implica que estamos llamados a asumir la misión de Jesús y seguir sus pasos: llevar la Buena Noticia a los pobres, proclamar libertad a los cautivos, dar vista a los ciegos, liberar a los oprimidos y anunciar el año del Jubileo (Lucas 4:18-19).
Mientras llevamos a cabo esta misión, no podemos permitirnos aislarnos del mundo ni ignorar las necesidades que nos rodean. Al contrario, como Jesús, hemos sido enviados a servir a nuestras comunidades y a participar activamente en la vida de nuestros barrios, sin importar si somos bien recibidos o no. Nuestra misión no es simplemente ofrecer a las personas una ruta de escape de este mundo para que “puedan ir al cielo después de morir”, sino colaborar con Dios en hacer realidad su sueño de shalom aquí y ahora. Cuando fallamos en esto y nos limitamos a las cuatro paredes de nuestras iglesias, permitiendo que el miedo a la “contaminación” nos mantenga alejados del mundo, perdemos de vista nuestra verdadera identidad como ekklesia—la asamblea de los llamados a buscar el shalom de su ciudad. Erwin McManus lo expresa de esta manera: “Cuando la iglesia se niega a servir al mundo, comienza a consumirse. Se encuentra a sí misma deteriorándose, marchitándose y perdiendo su fuerza.”15
El reformador Martín Lutero lo dijo de forma similar: “Si nuestro discurso no aborda el punto preciso en el que el mundo de nuestro tiempo está doliendo, no estamos realmente predicando la Palabra.”16 La pregunta entonces es: ¿cómo podemos ser parte activa de la misión de Dios en la Tierra? ¿Cómo podemos ayudar a que su visión de shalom se haga realidad en nuestras comunidades y naciones? ¿Por dónde empezamos?
Primero, ora y luego sigue orando. Es significativo que, antes de ascender al cielo, Jesús instruyó a sus discípulos a ir a Jerusalén, orar juntos y esperar la llenura del Espíritu Santo. La ekklesia nació de esa poderosa reunión de oración. Oramos porque la visión de Dios va más allá de nuestras capacidades. Oramos porque necesitamos su poder y provisión extraordinaria para ser testigos misioneros en nuestras ciudades y hasta los confines de la tierra. Oramos porque el reino de Dios no se establece solo con nuestro esfuerzo, sino a través de la oración: “Venga tu reino”. Oramos porque sabemos que, separados de Él, no podemos hacer nada.
En segundo lugar, no mantengas en secreto las buenas noticias del reino de Dios. En su lugar, comparte la visión de shalomcomunicando, una y otra vez, la historia redentora del evangelio. A través de ella, las personas pueden volverse a Cristo, ser salvadas de sus pecados y unirse a la obra transformadora de Dios para restaurar la creación a su propósito original. Recuerda que las historias son una de las formas más poderosas de conectar con otros a un nivel profundo. Comienza escuchando las historias de quienes te rodean, sin juzgar. Cuando muestras un interés genuino, bendices a las personas y ganas su confianza, lo que te permite compartir tu propia historia. En ese momento, habla de cómo te has convertido en parte de la GRAN Historia de Dios y de cómo, día a día, sigues aprendiendo a vivir dentro de ella.
En tercer lugar, sé un discípulo que hace discípulos. No te limites a adherirte a una religión o a un culto a Jesús, sino vive un estilo de vida que refleje el amor y la justicia del Reino de Dios.17 Aprende a seguir al Jesús de los Evangelios, quien no solo transformó corazones individuales, sino también trabajó por la restauración de la sociedad. Luego, ve y haz más discípulos, ayudándolos a “aprender la obediencia a su Señor en todas las circunstancias de la vida: privadas y públicas, personales y sociales, espirituales y materiales.”18 Aunque el discipulado tiene un costo, ese costo debe compararse con el precio aún mayor del no discipulado—tanto para ti como para quienes te rodean, así como para las ciudades y naciones que podrían ser transformadas.19
En cuarto lugar, abre espacio para que otros lideren. “El principio de dirigir una buena iglesia no es retener ni controlar a la gente, sino impulsarla a correr con lo que Dios les ha llamado a hacer.”20 Esto significa permitir que otros crezcan y florezcan en sus dones y carismas sin sentir que representan una amenaza para tu liderazgo. Mira a Jesús: invirtió en la vida de sus discípulos, los equipó y, a pesar de sus defectos, les confió la tarea de avanzar la misión de Dios. Cuando das oportunidad a otros para liderar y te reproduces en ellos, creas un movimiento en el que múltiples generaciones pueden participar juntas en la misión de Dios. De esta manera, su obra continuará mucho más allá de tu tiempo en la tierra.
En resumen, “Las Escrituras son claras en cuanto a que el propósito de Dios para la iglesia es más amplio que la evangelización. Es más extenso que la plantación de iglesias. Es más profundo que el discipulado espiritual. Es más vasto que abordar las injusticias sociales. Es más grande que alimentar a los hambrientos.” 21Más bien, Dios quiere que seamos parte de la Missio Dei, alineando nuestras vidas y prioridades con Su misión. Cuando realmente vivamos esto—imitando la misión de Cristo, dando testimonio de todo el Evangelio, haciendo discípulos que formen más discípulos y movilizando a otros a cumplir su llamado—el mundo, especialmente aquellos que están quebrantados física, social o emocionalmente, podrá comprender más fácilmente la compasión de Dios y Su sueño de shalom.22
Shalom con mi ciudad y mundo
En culturas donde predomina el individualismo, la integridad y el bienestar suelen entenderse principalmente a nivel personal. Por ello, nuestros sistemas religiosos, culturales y políticos tienden a enfatizar las necesidades, derechos e intereses del individuo: mi salvación, micrecimiento espiritual, mi relación con Dios, mi salud, mi riqueza y mi bienestar. Sin embargo, las Escrituras dejan claro que la perspectiva de Dios es mucho más amplia y colectiva. Como señala el teólogo sudamericano René Padilla: “Si Jesucristo es el Señor de todo el universo y se le ha concedido la soberanía en el cielo y en la tierra, su dominio se extiende a las esferas económica y política, a lo social y cultural, a lo estético y ecológico, a lo personal y a lo comunitario.” Esto significa que Dios no solo se interesa en nuestro shalom individual, sino que está profundamente comprometido con el shalom de las comunidades, ciudades, sociedades y naciones. Por eso, a través del profeta Jeremías, Dios instruyó a los israelitas en el exilio: “Busquen el shalom y la prosperidad de la ciudad a la que los he llevado cautivos. Rueguen al Señor por ella, porque si prospera y tiene shalom, ustedes también tendrán shalom” (Jeremías 29:7). Dios nos llama a trabajar por el shalom no solo en nuestros hogares, lugares de trabajo, vecindarios y ciudades, sino también por el shalom del “otro”—de aquellos que son diferentes a nosotros, porque nuestro shalom está ligado al suyo y solo puede florecer cuando la abundante bendición de Dios fluye a través de nosotros hacia ellos.
Al mismo tiempo, el interés de Dios no se limita solo a la vida humana, sino que abarca toda la creación. Su deseo es que todo lo creado sea sanado, restaurado y viva en armonía, interdependencia y plenitud.23 El shalom, por lo tanto, nos llama a una relación correcta con toda la tierra. Como Dios es el creador, dueño y gobernante de este mundo, estamos llamados a ser administradores responsables de su creación, promoviendo su florecimiento en su nombre.24 Cuidar lo que Dios ha hecho es una consecuencia natural de nuestro amor por Él, pues en última instancia, todo le pertenece.25 Dios ciertamente podría intervenir sobrenaturalmente y corregir unilateralmente todo lo que está mal en el mundo. Sin embargo, ha elegido limitarse y actuar principalmente a través de personas que confían en Él, son obedientes a su llamado y abrazan su vocación de ser sus manos de misericordia y amor en la tierra. Como ciudadanos de su reino, estamos llamados a influir en todas las esferas de la vida, confiando en que Dios “obra con poder en nosotros y es capaz de hacer mucho más de lo que pedimos o imaginamos” (Efesios 3:20). Pero, ¿cómo? ¿De qué manera podemos trabajar para establecer el shalom en nuestras ciudades y en el mundo?
Primero, une tus manos con las de otros en el trabajo continuo de Dios para restaurar el orden en un mundo marcado por el caos. Aunque somos salvos por gracia mediante la fe, y no por nuestras obras26, nuestras acciones siguen siendo fundamentales en el plan de Dios. “Porque somos la obra maestra de Dios, creados en Cristo Jesús para buenas obras, que Dios preparó de antemano para que fueran nuestra forma de vida” (Efesios 2:10). Esto significa que no somos salvados por buenas obras, sino para buenas obras. Todo lo que hacemos con propósito y obediencia forma parte del proceso de renovación de la creación de Dios. Sin embargo, no estamos llamados a hacerlo solos. Dios nos diseñó para colaborar con otros, porque cuando trabajamos en equipo, logramos más y alcanzamos un impacto mayor.
En segundo lugar, da con alegría para avanzar el Reino de Dios. Mira más allá de tus propias necesidades e intereses y preocúpate por las necesidades de tus vecinos—su sustento, refugio, seguridad económica, justicia, paz, educación, sanidad y restauración—además de su necesidad fundamental de Jesucristo.27 Aunque las Escrituras hablan con frecuencia de dar dinero, Dios nos pide mucho más. No quiere solo nuestras sobras o excesos, sino nuestras primicias y lo mejor de nosotros. Nos llama a ser “sacrificios vivos”, ofreciéndole todo lo que somos y tenemos: nuestros talentos, cuerpos, tiempo, recursos financieros e influencia. Imagina lo que Dios podría hacer con una vida completamente entregada a Él.
En tercer lugar, sirve a los demás, especialmente a aquellos que están más allá de tu círculo inmediato de familiares y amigos. Imita la vida de Cristo construyendo relaciones significativas con quienes necesitan atención, apoyo y restauración: la viuda y el huérfano, los desfavorecidos, las ovejas maltratadas por malos pastores e incluso aquellos que han sido abandonados. Reconoce que este amor encarnado puede implicar sacrificio y renuncia. Sin embargo, al vivirlo, inspirarás a otros a liberarse de la cobardía, la desesperanza y las heridas del pasado, ayudándolos a recuperar su dignidad y autoestima. Además, al servir, aprenderás a amar más como Dios y menos desde tu ego. Como dijo Martin Luther King Jr.: “Todos pueden ser grandes… porque cualquiera puede servir.”28
En cuarto lugar, vive con rectitud y actúa con justicia. “Estamos llamados no solo a comprender el problema del mal y la justicia de Dios, sino también a ser parte de su solución.”29 Esto comienza con nuestro propio vivir: tratar a los demás con justicia y dignidad, escuchar sus clamores y sentir profundamente cualquier injusticia cometida contra ellos. Continúa con el compromiso de defender a los vulnerables, sin temor a la reacción de los poderosos.
Incluso cuando enfrentamos realidades en las que “hay olas de injusticia contra las que ni siquiera los más fieles pueden salvarse”, no caemos en la desesperanza.30 En lugar de eso, seguimos luchando contra la corrupción y defendiendo a quienes no pueden alzar su voz, confiando en la verdad última de la justicia de Dios: “Un día toda rodilla se doblará y toda lengua confesará que Jesús es el Señor.”
En quinto lugar, has sido enviado—ahora ve. “A pesar de lo que mucha gente piensa, el punto del cristianismo no es simplemente ir al cielo cuando mueres.”31 Dios no creó a los seres humanos para vivir en el cielo; los creó para la tierra.32 Así que, haz que tu vida cuente. Asume la vocación que Dios te ha dado y únete a su misión transformadora, trayendo el futuro del shalom al presente. Recuerda que las Buenas Noticias y las buenas obras son inseparables.33 Mientras caminas en esta misión, vive con la determinación de hacer el bien, siguiendo esta sabia exhortación: “Haz todo el bien que puedas, por todos los medios que puedas, de todas las maneras que puedas, en todos los lugares que puedas, en todos los momentos que puedas, a todas las personas que puedas, siempre que puedas.”34
En resumen, Dios anhela que su shalom cobre vida en nuestras ciudades y en el mundo, y nos invita a unirnos a Él en esta tarea. Sin embargo, debemos resistir la tentación de tomar atajos, confiando principalmente en el poder político o en manifestaciones sobrenaturales para abordar las necesidades y las injusticias que enfrentan nuestras comunidades. Colocar más cristianos en cargos públicos, lanzar programas de bienestar social o realizar campañas masivas con señales y maravillas, por sí solos, no resolverán nuestros problemas. En cambio, debemos confrontar los poderes corruptos de una manera que realmente los desarme. Esto requerirá oración constante, colaboración con otros, generosidad, servicio a los marginados y la valentía de llevar sus necesidades a la atención del público. Además, implica desenmascarar las mentiras incrustadas en los sistemas de nuestras ciudades y naciones, enfrentar las estructuras de poder injustas y participar en una defensa justa. Es un trabajo desafiante y, en muchos casos, peligroso, porque “el nuevo orden de Dios es una amenaza para cualquier orden establecido; la llegada del Reino, al abrirse paso en medio del viejo orden, provoca una reacción intensa.” Sin embargo, como pueblo de Dios, esta es nuestra misión. Y solo podemos llevarla a cabo si vivimos bajo el yugo de Jesús, tomando nuestra cruz, aceptando la humillación—e incluso la obediencia hasta la muerte—y confiando plenamente en el Cristo resucitado y exaltado. La buena noticia es que “el Reino puede venir con poder en este mundo presente y transformar todas las relaciones humanas, pero nunca lo hará sin sufrimiento.”35 Aun así, esta es nuestra vocación: escuchar la música del futuro y tener el valor de bailar en el presente.36
Notas Finales
- Miroslav Wolf, citado en https://www.questia.com/library/journal/1G1-83375481/new-starting-points-in-tile-ecumenical-peace-dialogue ↩︎
- Gregory A. Boyd, Is God to Blame, 21 ↩︎
- En Jueces 6:23-24, Gedeón llama a Dios Yahvé Shalom, que es uno de los nombres que la Biblia le da a Dios. Así, Shalom origina de Dios, ya que Dios es Shalom. ↩︎
- Arthur F. Glasser, Announcing the Kingdom, 130; ↩︎
- Brian McLaren, The Secret Message of Jesus, 147 ↩︎
- John Calvin, Institutes, Book I Chapter I Section 1-3 ↩︎
- Isaías 48 ↩︎
- Consultado en línea el 5 de Noviembre, 2020 en https://www.relevantmagazine.com/faith/15-augustine-quotes-helped-shape-modern-christian-thought/ ↩︎
- David Bosch, cited by David Watson, Discipleship, Hodder and Stoughton, 1983, 199 ↩︎
- Blaise Pascal, Pensée ↩︎
- Lucien Legrand, Unity and Plurality: Mission in the Bible, 153 ↩︎
- Quoted in Richard Foster, Celebration of Discipline, Revised Edition, 189 ↩︎
- Bryant L. Myers, Walking with the Poor, 79 ↩︎
- David Watson, Contagious Disciple Making, 149 ↩︎
- David Watson, Contagious Disciple Making, 53 ↩︎
- Rodney Stark, The Triumph of Christianity, 62 ↩︎
- Erwin McManus, An Unstoppable Force: Daring to Become the Church God Had in Mind, 35 ↩︎
- Citado en Melba Padilla Maggay, Transforming Society, 4 ↩︎
- C. René Padilla, The Local Church: Local Change and Global Impact, consultado en línea en Septiembre 2015 en https://religiondocbox.com/Christianity/96820242-The-local-church-local-change-and-global-impact.html ↩︎
- C. René Padilla, The Local Church: Local Change and Global Impact, consultado en línea en Septiembre 2015 en https://religiondocbox.com/Christianity/96820242-The-local-church-local-change-and-global-impact.html
↩︎ - Dallas Willard citado en Brian McLaren, The Secret Message of Jesus: Uncovering the Truth that Could Change Everything, 234 ↩︎
- Brian Hathaway, pastor de The Atatu Bible Chapel en Auckland, New Zealand, citado en Ronald Sider, Cup of Water Bread of Life, 94 ↩︎
- Bob Moffitt, If Jesus Were Mayor: Transformation and the Local Church, 29 ↩︎
- Adaptado de Bob Moffitt, A Narrow View of the Gospel – Implications for Mission; consultado en línea en Septiembre 2015 en http://darrowmillerandfriends.com/wp-content/uploads/2012/01/a-narrow-view-of-the-gospel.pdf ↩︎
- Isaías 11:6-9 ↩︎
- Craig Nessan, Shalom Church, 9-10 ↩︎
- Why are We Stewards of Creation – World Vision’s Biblical Understanding of How We Relate to Creation, 8, consultado en línea en Octubre 2020 en https://www.wvi.org/sites/default/files/World%20Vision%e2%80%99s%20Biblical%20Understanding%20of%20How%20we%20Relate%20to%20Creation_Full_0.pdf
↩︎ - Efesios 2:8–9 ↩︎
- Arthur Glasser, Announcing the Kingdom ↩︎
- Martin Luther King Jr., cita consultada en línea en Octubre 2020 en https://www.goodreads.com/quotes/757-everybody-can-be-great-because-anybody-can-serve-you-don-t-have
↩︎ - N.T. Wright, Evil and the Justice of God, 128-129 ↩︎
- Gary A. Haugen, Good News About Injustice, 61 ↩︎
- N.T. Wright, Simply Christian, citado en https://www.theologyofwork.org/the-high-calling/blog/how-n-t-wright-changed-my-faith ↩︎
- Myles Munroe, Understanding the Purpose and Power of Prayer: How to Call Heaven to Earth ↩︎
- Manila Manifesto ↩︎
- John Wesley, citado en https://www.brainyquote.com/quotes/john_wesley_524889 ↩︎
- Dewi Arwel Hughes, God of the Poor, 41 ↩︎
- Peter Kuzmic, citado en https://twitter.com/peterkuzmic/status/606024453756198912?lang=en ↩︎