Un marco para la transformación de comunidades frágiles
por Noel Castellanos
Introducción: Las Buenas Nuevas del Reino
En Mateo 4:23 leemos: “Jesús recorría toda Galilea, enseñando en las sinagogas, proclamando las Buenas Nuevas del Reino y sanando toda enfermedad y dolencia en el pueblo”. Esta frase me llevó a reflexionar sobre un término que antes había pasado por alto. ¿Qué significa que Jesús predicaba las “Buenas Nuevas del Reino”? y ¿en qué se diferencia esto de la perspectiva evangélica común, que a menudo entiende el evangelio de manera reducida como el mensaje de salvación personal?
Luego, en Mateo 6:9-10, Jesús enseña a sus discípulos a orar: “Padre nuestro que estás en el cielo, santificado sea tu nombre, venga tu Reino, hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo”. Aquí nuevamente, el tema del Reino es central en el mensaje de Jesús, lo que indica una visión que no sólo se enfoca en una esperanza futura, sino en una realidad activa y presente.
A lo largo de las Escrituras, Dios revela las características del ministerio del Reino, pero en ningún lugar de manera tan clara como en la vida, el ministerio y la enseñanza de Jesús de Nazaret. Estos dos versículos subrayan que la misión de Jesús en la tierra fue fundamentalmente sobre el Reino de Dios. Es poderoso e instructivo pensar que, al igual que Jesús, estamos llamados a vivir como agentes de este Reino en nuestras ciudades, barrios y comunidades, encarnando sus valores en la vida cotidiana y trabajando para traer el Reino de Dios a cada ámbito de la vida—social, económico, ecológico y espiritual—especialmente en lugares de lucha y sufrimiento.
En las siguientes secciones, desarrollaré un marco para el ministerio del Reino que está bíblicamente fundamentado y que considero puede ayudar a los cristianos a buscar un cambio redentor y transformador en sus comunidades.
Encarnación: Acercando el Reino
Juan 1:14 dice: “Entonces la Palabra se hizo hombre y vino a vivir entre nosotros. Estaba lleno de amor inagotable y fidelidad. Y hemos visto su gloria, la gloria del único Hijo del Padre.” (NTV).
En el corazón de la historia redentora de Dios está esta verdad asombrosa: que, en Cristo, Dios entra en nuestra realidad humana, “en carne” para rescatar y restaurar toda la creación. Me encanta la versión de este pasaje en la Biblia The Message: “El Verbo se hizo carne y sangre y se mudó a nuestro vecindario”. Una lectura cuidadosa de las Escrituras deja en claro que el tipo de vecindario al que Jesús se mudó no era un lugar de riqueza o poder, sino una comunidad marginada en Galilea, un lugar que muchos consideraban “del otro lado de la ciudad”. A menudo se preguntaban: “¿Acaso puede salir algo bueno de Nazaret o Galilea?”. En muchos aspectos, la elección de Jesús refleja la realidad de las personas que viven en situación de pobreza en las zonas urbanas y en comunidades marginadas de toda América Latina, así como en barrios urbanos y rurales desatendidos en los Estados Unidos. Estas áreas suelen estar marcadas por la violencia, la pobreza y la exclusión social.
Es significativo que, en la encarnación, Cristo no solo se adentró en la experiencia humana en general, sino que también entró en una realidad social y política arraigada en la vida en los márgenes, habitando entre los pobres y lejos de los centros de influencia religiosa y política. Jesús eligió comenzar su ministerio en Galilea, una región a menudo despreciada como un “círculo de pecadores” debido a su mezcla de culturas gentiles, diversidad de idiomas y creencias religiosas, lo que muchos judíos consideraban una amenaza para la pureza de su fe. Fue desde esta realidad “mestiza” que Jesús lanzó su misión al mundo entero, acompañado por un grupo heterogéneo de hombres y mujeres galileos comprometidos con Él y con su causa.
La elección de Jesús de entrar en este contexto específico enfatiza que un ministerio efectivo debe ser encarnado, arraigado en contextos humanos reales. Este enfoque—vivir entre y aprender de aquellos a quienes servimos—hace tangible el Reino de Dios. Al considerar el método de Dios para comprometerse con el mundo, queda claro que la encarnación no es solo esencial, sino el eje para un ministerio del Reino efectivo en todos los contextos.
Para los cristianos llamados a servir en los centros urbanos o en las zonas rurales de América Latina, esto implica entrar en la vida y en las luchas de las comunidades a las que servimos. Este enfoque ministerial es esencial en cualquier contexto, pero aún más entre los vulnerables y marginados. Vivir entre la gente, generar confianza, comprender las realidades diarias de quienes enfrentan pobreza, violencia y desplazamiento, aprender de ellos y encarnar el amor de Dios son pasos fundamentales. Esta presencia encarnada transforma el ministerio de un “proyecto” a un camino compartido de fe y esperanza. Profundicemos un poco más en este enfoque encarnado del ministerio:
Proximidad
Uno de los conceptos más importantes en el ministerio encarnado es la proximidad. Dios se acercó a nuestro sufrimiento y pecado al venir en carne para que pudiéramos conocer su amor de una manera inmediata y personal. ¿Te imaginas si Dios hubiera tomado un enfoque más seguro y menos costoso para traer la salvación? Sin embargo, al entrar directamente a nuestra realidad en carne y hueso, Dios dejó en claro que la proximidad y la cercanía con nosotros estaban en el centro de su plan redentor.
Reflexionar sobre el ejemplo de la encarnación de Jesús, quien eligió voluntariamente vivir en lugares donde la opresión y las dificultades se sentían con intensidad, ha llevado a muchas personas comprometidas con el ministerio transformador del Reino a reconocer que la proximidad es esencial para lograr un verdadero impacto. Especialmente en comunidades desatendidas, la cercanía no es solo una estrategia de alcance, sino un llamado a vivir entre las personas a quienes buscamos amar y acompañar. Ya sea permaneciendo en las comunidades donde crecimos, regresando después de un tiempo fuera o reubicándonos como recién llegados, el compromiso de estar cerca de nuestros vecinos es vital, aunque a veces pueda ser un desafío. Sin embargo, hemos visto que esta cercanía es de suma importancia, pues genera confianza, permite experiencias compartidas y facilita una comprensión más profunda de las luchas y fortalezas únicas de nuestros vecinos. A través de la proximidad, el ministerio deja de ser solo una misión y se convierte en una vida compartida, encarnando la presencia de Dios en el barrio.
Relación
Otro aspecto esencial, de la encarnación es la relación con los demás. Me encanta leer los Evangelios y observar cómo Jesús se relacionaba con las personas. Tenía una habilidad única para hacer sentir a todos amados e importantes, y esa fue el cimiento de su influencia e impacto en quienes le rodeaban.
Al inicio de mi camino en el ministerio, pasé tiempo con estudiantes de una escuela secundaria local, conociéndolos en su propio entorno. Tanto que llegaron a preguntarme: “¿No tienes amigos de tu edad?” Pero este tiempo dedicado a construir relaciones no era solo una interacción social; era una elección intencional para ganarme su confianza y establecer vínculos genuinos. Este enfoque sigue siendo un modelo para el ministerio del Reino en la actualidad: estamos llamados a ser amigos de nuestros vecinos y, en ese proceso, somos bendecidos al conocerlos profundamente. En lugar de verlos como “objetivos de evangelismo” o “beneficiarios” de nuestra labor social, nos acercamos a ellos como amigos, hermanos y hermanas. Establecer este tipo de relaciones nos da credibilidad para hablar con significado en sus vidas y compartir nuestra fe de manera auténtica, tocando realmente sus corazones y almas. Además, estas conexiones son transformadoras en ambos sentidos: al construir relaciones, nosotros mismos somos moldeados por el amor y el cuidado de nuestros vecinos, aprendiendo de su resiliencia, sabiduría y experiencias.
Solidaridad
Vivir en los barrios donde servimos genera un profundo sentido de solidaridad con nuestros vecinos. Líderes como el Dr. John Perkins, quien fue fundamental en la fundación de la Christian Community Development Association en los Estados Unidos, han enfatizado que compartir la vida cotidiana de una comunidad significa que los problemas de “ellos” se convierten también en nuestros problemas. Dejamos de ver cuestiones como la pobreza, el crimen, la educación o la falta de espacios públicos desde afuera, porque ahora nos afectan directamente. Esta solidaridad con los demás es lo que hizo tan poderoso el ministerio de Jesús. Su compasión lo llevó a compartir el dolor y las luchas de quienes lo rodeaban, permitiéndose ser tocado y empatizar con su angustia y sufrimiento.
Antes de morir por los pecados de la humanidad, entró en las historias de las personas, con pleno conocimiento de sus cargas y aflicciones.
De manera similar, al vivir en solidaridad con nuestros vecinos, practicamos uno de los aspectos más esenciales del enfoque de Jesús, aportando autenticidad a nuestra labor. Aunque no podamos solucionar todos los problemas que enfrentan los barrios donde vivimos, nuestra decisión de estar al lado de nuestros vecinos, de sentir sus luchas como propias, refleja el corazón del ministerio encarnado. Representa la empatía relacional y el compromiso que hacen posible la transformación.
Humildad
Filipenses 2 nos recuerda de manera hermosa que Cristo vino a nosotros con gran humildad. Aunque era Dios y tenía acceso a todo privilegio y poder imaginable, decidió despojarse de su estatus divino y entrar en nuestro mundo como un siervo, hasta el punto de entregar su vida. Esta humildad es un fundamento esencial de la encarnación, mostrándonos que el enfoque de Dios al entrar en el mundo estuvo marcado por la entrega y no por el dominio. Una de mis preocupaciones al animar a las personas a adoptar un enfoque encarnado en el ministerio es que, aun con buenas intenciones, algunos puedan llegar con una actitud de “arreglar” o “salvar” en lugar de escuchar y aprender. Si bien es poderoso sentir el llamado a servir en barrios vulnerables, un ministerio verdaderamente transformador requiere una profunda humildad en la manera en que nos acercamos y nos relacionamos con nuestros vecinos. Un ministerio efectivo no se trata de exhibir nuestras habilidades, conexiones o conocimiento espiritual, sino de acercarnos a los demás con un espíritu de humildad y respeto. El objetivo no es imponer soluciones, sino caminar junto a las personas, reconociendo y valorando su experiencia y sabiduría. Debemos recordar que nuestras comunidades no necesitan que las “salvemos”, sino que nos unamos a ellas como participantes humildes en la obra de Dios.
Nunca olvidaré haber asistido al servicio conmemorativo de uno de nuestros amados líderes, Alan Tibbles, de New Song Urban Ministries en Baltimore. Durante la ceremonia, un joven llamado Antoine, de quien Alan había sido mentor, compartió un testimonio que capturó el corazón del liderazgo encarnado de una manera que siempre recordaré. Antoine se levantó y se presentó diciendo: “Antes era un ex-convicto, pero ahora soy un ícono para Jesús”. Esa declaración encendió el entusiasmo de todos los presentes. Luego, Antoine compartió la historia de la llegada de Alan al barrio de Sandtown. Alan y su esposa Susan sintieron un profundo llamado a vivir y ministrar en ese vecindario predominantemente afroamericano, a pesar de ser blancos. Poco antes de mudarse, Alan sufrió un trágico accidente que lo dejó paralizado del cuello para abajo. Tras años de recuperación, Alan y Susan decidieron seguir adelante con su llamado y se establecieron en Sandtown, con Alan en una silla de ruedas. Antoine señaló que, si Alan hubiera llegado a Sandtown como un hombre físicamente capaz, lleno de confianza y listo para generar cambios, su impacto podría haber sido limitado. Pero sus limitaciones físicas y su vulnerabilidad trajeron consigo una humildad que resonó profundamente con sus vecinos, muchos de los cuales estaban demasiado familiarizados con el dolor y las limitaciones.
Esta historia nos recuerda que lo que las comunidades realmente necesitan es nuestra presencia humilde: una disposición genuina para escuchar, aprender y construir relaciones auténticas. No son nuestras grandes habilidades las que dejan una huella duradera, sino nuestro respeto por la dignidad de los demás y nuestra apertura para aprender de ellos. La humildad fomenta el respeto, derriba prejuicios y abre puertas para una transformación genuina. Seamos afroamericanos, blancos, latinos, asiáticos, mestizos, haitianos, indígenas, ladinos, mulatos, profesionales, trabajadores del servicio o de cualquier otro trasfondo, nunca debemos olvidar que la humildad debe ser nuestra postura principal si queremos generar un impacto duradero que respete la dignidad de nuestros vecinos y refleje la humildad de Jesús. Para muchos, la idea de encarnarse verdaderamente en nuestros barrios puede parecer radical, pero en realidad es simplemente seguir el ejemplo de Jesús, quien entró en el mundo a través de un humilde vecindario galileo hace más de 2,000 años. El verdadero impacto del Reino fluye de este espíritu de humildad, que busca honrar y servir a la comunidad como lo haría Cristo mismo.
Proclamación y Formación
“Por lo tanto, vayan y hagan discípulos de todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Enseñen a los nuevos discípulos a obedecer todos los mandatos que les he dado. Y tengan por seguro esto: que estoy con ustedes siempre, hasta el fin de los tiempos”
(Mateo 28:19-20, NTV)
La segunda expresión del ministerio del Reino es el llamado a la proclamación y la formación, dos elementos que van de la mano, como uno solo. La proclamación sin formación pierde el corazón del discipulado, y formación sin proclamación alcanza la plenitud de la Gran Comisión.
En la mayoría de las iglesias evangélicas, es común ver las palabras de la Gran Comisión en un lugar destacado, enfatizando nuestro llamado y responsabilidad de llevar las Buenas Nuevas del amor de Dios a un mundo pecador y difundirlas hasta los confines de la tierra. Sin embargo, aunque el evangelismo está profundamente arraigado en la identidad evangélica, a menudo se tiende a enfatizar la proclamación verbal a expensas de la formación de discípulos u otras expresiones bíblicas del ministerio del Reino. Mateo 28:19-20 deja en claro que nuestra tarea no es simplemente difundir el mensaje del evangelio, sino hacer discípulos, enseñando y equipando a otros para seguir las enseñanzas de Cristo, con un enfoque especial en la dignificación de los pobres y marginados como parte central de nuestra misión.
Lamentablemente, este desequilibrio puede llevar a esfuerzos evangelísticos que priorizan la cantidad sobre la profundidad. Con frecuencia, grupos de iglesias bien intencionados llevan a cabo campañas evangelísticas a gran escala en comunidades en crisis, a veces sin tener una relación personal con las personas ni comprender su contexto. Estos esfuerzos de evangelismo “rápido”, especialmente comunes en viajes misioneros de corto plazo a zonas desatendidas, pueden causar más daño que beneficio. En muchos casos, las iglesias y líderes locales ni siquiera están al tanto de estos eventos que ocurren en sus propias calles, lo que genera una desconexión que socava la confianza y hace que estos esfuerzos sean poco efectivos. Aunque las intenciones sean genuinas y ocasionalmente algunas personas sean tocadas al escuchar sobre el amor de Dios, quienes reciben el mensaje pueden percibir una proclamación sin vida, un evangelio predicado sin un contexto visible o sin un compromiso a largo plazo. El resultado es un evangelismo sin encarnación, que puede sentirse vacío para quienes lo reciben. Sin embargo, la proclamación sin encarnación pierde el corazón del discipulado, y la formación genuina sin encarnación es casi imposible. El verdadero discipulado, especialmente en contextos desafiantes, depende de estar presentes con las personas, generar confianza y ayudarlas a caminar con Jesús en su vida diaria. Esta cercanía nos permite formar discípulos resilientes, comprometidos y equipados para enfrentar los desafíos reales de su entorno.
No obstante, también he observado que, mientras muchos en la iglesia se centran únicamente en el evangelismo y la proclamación verbal, algunos de los involucrados en ministerios comunitarios que enfatizan la justicia y las necesidades sociales han reaccionado yendo al extremo opuesto. En su afán por evitar un enfoque de solo proclamación, a veces pasan por alto la importancia de compartir verbalmente la historia del amor de Dios y el poder transformador del Espíritu. También pierden la oportunidad de encarnar el mensaje de manera adecuada, porque sin proclamación verbal, las buenas obras no necesariamente apuntan a la fuente de nuestra esperanza y fe.
En última instancia, es a través de la inversión a largo plazo y la formación de discípulos comprometidos con compartir y vivir su fe en su entorno que la transformación realmente echa raíces. Tanto la proclamación como la formación son expresiones esenciales del ministerio del Reino en la transformación comunitaria. Juntas, no solo llevan a las personas a la fe, sino a una vida de obediencia a las enseñanzas de Jesús, estableciendo una base para que el Reino de Dios florezca en nuestras comunidades.
Demostración de Compasión
“La religión pura y verdadera a los ojos de Dios Padre consiste en ocuparse de los huérfanos y de las viudas en sus aflicciones, y no dejar que el mundo te corrompa.”
(Santiago 1:27 NTV)
Dos de las enseñanzas más poderosas y conmovedoras de Jesús sobre la compasión se encuentran en la parábola del buen samaritano (Lucas 10) y en la enseñanza sobre las ovejas y los cabritos (Mateo 25). Ambos pasajes nos instan a comprender que la verdadera fe es inseparable de una profunda preocupación por los pobres y vulnerables. Parece que, en cada giro del relato evangélico, encontramos a Jesús relacionándose con personas que sufren, que están necesitadas, enfermas, moribundas u oprimidas. Jesús nos recuerda que nuestra respuesta hacia estos individuos refleja nuestra verdadera comprensión del amor y la compasión de Dios, y podría ser el indicador más claro de la autenticidad de nuestra fe.
Hoy en día, parece imposible estar comprometidos únicamente con la proclamación verbal del Evangelio en contextos de profunda necesidad sin estar igualmente comprometidos con demostrar la compasión de
manera tangible. La persistencia de una necesidad generalizada—pese a la inmensa riqueza presente en ciertas zonas de nuestros países y ciudades—debería llevarnos a reflexionar. En muchos centros urbanos, los barrios más descuidados o devastados suelen encontrarse a la sombra de una opulencia inimaginable. Además, el hecho de que una cantidad desproporcionada de personas pobres en nuestras naciones sean de ascendencia indígena o afroamericana complica incluso los esfuerzos bien intencionados, los cuales pueden verse empañados por malentendidos raciales y culturales.
Bob Lupton, miembro vitalicio de la junta directiva de la Christian Community Development Association, plantea un desafío provocador en su libro “Toxic Charity” (Caridad Tóxica). Lupton advierte que, en nuestros esfuerzos por ayudar a los pobres, especialmente cuando lo hacemos desde fuera de sus comunidades, corremos el riesgo de crear ministerios y programas que, de manera involuntaria, terminan perjudicando a las mismas personas que intentamos servir. La compasión sin encarnación—sin realmente estar con aquellos a quienes servimos—puede tratarles como objetos o despojarlos de su autonomía. Tras años de observar los efectos negativos de este enfoque, muchos líderes experimentados están pidiendo un nuevo paradigma de ministerio compasivo, uno que realmente ayude, en lugar de dañar, a nuestros vecinos.
Hace algún tiempo, visité un banco de alimentos que había sido remodelado de manera hermosa. Al final del recorrido, el director compartió con orgullo que algunas familias habían estado recibiendo apoyo de su organización durante más de 20 años. Al escuchar eso, tuve que preguntar si la dependencia a largo plazo era el objetivo de su ministerio. Se produjo un incómodo silencio, pues quedó claro que no se había considerado esa cuestión. Cuando la compasión está arraigada en la encarnación y tiene como meta la autonomía de las personas y comunidades, podemos discernir mejor cuándo los actos de compasión son una respuesta adecuada a una crisis y cuándo corren el riesgo de generar dependencia, convirtiéndose en actos de caridad tóxica que perpetúan la vulnerabilidad de nuestros vecinos. El ministerio compasivo y los actos de misericordia, cuando están enraizados en el Reino, son absolutamente bíblicos, pero también tienen límites. De hecho, para aquellos de nosotros que vivimos en comunidades con necesidades agudas, enfrentamos constantemente decisiones sobre la mejor manera de ayudar, y debemos preguntarnos: ¿Cómo pueden nuestros actos de compasión ir más allá del alivio inmediato para fomentar un cambio y una transformación sostenibles?
Restauración y Desarrollo
“A todos los que se lamentan en Israel les dará una corona de belleza en lugar de cenizas, una gozosa bendición en lugar de luto, una festiva alabanza en lugar de desesperación. Ellos, en su justicia, serán como grandes robles que el Señor ha plantado para su propia gloria. Reconstruirán las ruinas antiguas, reparando ciudades destruidas hace mucho tiempo. Las resucitarán, aunque hayan estado desiertas por muchas generaciones.” (Isaías 61:3-4 NTV).
“Y trabajen por la paz y prosperidad de la ciudad donde los envié al destierro. Pidan al Señor por la ciudad, porque del bienestar de la ciudad dependerá el bienestar de ustedes”
(Jeremías 29:7 NTV).
“Contesté: —Si al rey le agrada, y si está contento conmigo, su servidor, envíeme a Judá para reconstruir la ciudad donde están enterrados mis antepasados’” (Nehemías 2:5 NTV).
En el contexto de América Latina y las comunidades inmigrantes en los Estados Unidos, el llamado a la restauración y al desarrollo adquiere una relevancia urgente y transformadora. A lo largo de la historia, muchas
ciudades y barrios de estas regiones han sido marcados por la desigualdad, la violencia y el abandono. La Palabra de Dios nos recuerda que, así como Él se preocupa por los individuos, también se preocupa profundamente por los barrios, las ciudades y las comunidades, especialmente aquellas dejadas en ruinas por la corrupción, la explotación o el descuido sistémico. Esta visión del Reino nos desafía a adentrarnos en esos lugares de desolación, encarnando la preocupación de Dios tanto por las personas como por los espacios físicos que habitan.
El trabajo pionero del Dr. John Perkins y su esposa Vera Mae en Misisipi, donde establecieron el primer ministerio de Desarrollo Comunitario Cristiano (CCD) hace más de 50 años, sigue siendo un ejemplo profundo. El Dr. Perkins entendió que el ministerio auténtico no podía limitarse a la predicación o la caridad, sino que requería una asociación activa con la comunidad, empoderándola con herramientas y recursos para vivir vidas dignas y productivas. Su visión de la “redistribución” no se trataba de ayudas gubernamentales, sino de conectar los recursos con los esfuerzos locales para lograr justicia y restauración, liderados por la iglesia. Este modelo sigue siendo relevante hoy en día para los barrios marginados en toda América Latina y para las comunidades inmigrantes que luchan por prosperar en entornos a menudo hostiles.
El desarrollo comunitario y económico ha permanecido como un eje central dentro del marco del Desarrollo Comunitario Cristiano, reconociendo que la vivienda segura, el acceso a empleos decentes, la educación de calidad y las iglesias locales vibrantes son pilares esenciales para fomentar barrios saludables donde las familias puedan prosperar. Sin embargo, un desafío persistente, particularmente dentro de los círculos evangélicos, es la falta de una teología bíblica clara que enmarque la restauración comunitaria como un aspecto vital del ministerio del Reino. La mayoría de los cristianos aceptan plenamente la importancia de la proclamación y la formación, y están de acuerdo con demostrar compasión, pero a menudo hay reticencia a ver la reconstrucción de los barrios como algo integral a la misión de Dios.
Me alegra mucho que, en su sabiduría, Dios haya incluido el libro de Nehemías para que lo estudiemos y lo pongamos en práctica, considerando la devastadora pobreza y el quebrantamiento que existe en nuestro mundo actualmente. Ofrece un modelo poderoso para la restauración centrada en el Reino de toda una ciudad. De la misma manera en que Dios llamó a Jeremías y a otros profetas para que hablaran la verdad al pueblo de Israel, o de la misma manera en que llamó al sacerdote Esdras para reconstruir el templo de Jerusalén, Dios llamó a Nehemías a la tarea de reconstruir los muros rotos de esa misma ciudad que estaba devastada y en ruinas. Siendo obediente al llamado de Dios, Nehemías, un líder judío exiliado y alto funcionario del gobierno viviendo en Persia, regresó a la ciudad de sus antepasados para llevar a cabo este llamado. Su misión no se trataba simplemente de infraestructura, sino de restaurar la dignidad, la seguridad y el bienestar de una comunidad devastada. Su asociación con Esdras, quien se enfocó en la renovación espiritual del pueblo, resalta la naturaleza holística de este trabajo: tanto la restauración física (desarrollo comunitario) como la renovación espiritual (la reconstrucción del templo) eran necesarias para la salud y vitalidad de la comunidad.
En América Latina, donde las comunidades enfrentan pobreza extrema, desplazamientos e inequidad sistémica, la visión de Nehemías nos llama a replantear nuestras prioridades en el ministerio. La restauración no se trata simplemente de reconstruir estructuras o lanzar programas, sino de restaurar la esperanza, la dignidad y el sentido de pertenencia en barrios a menudo desechados por la sociedad. Para los inmigrantes latinoamericanos en los Estados Unidos, esta visión nos desafía a ser agentes de transformación en barrios que a menudo luchan con desafíos culturales, económicos y sociales.
El llamado a buscar la “paz y prosperidad de la ciudad” en Jeremías 29:7 y a “reconstruir las ruinas antiguas” en Isaías 61:4, por lo tanto, subraya la preocupación de Dios por la restauración comunitaria. La visión del Reino de Jesús no se limita a la salvación individual; abarca la renovación de barrios y ciudades enteras. En América Latina, esto podría significar abordar las necesidades de los barrios marginales urbanos, barrios descuidados o comunidades de migrantes, trabajando para mejorar la vivienda, la educación y las oportunidades económicas.
Desarrollo desde adentro hacia afuera y la complejidad de la tarea
Es importante que estos esfuerzos de desarrollo comunitario no se realicen desde afuera, sino en asociación con líderes locales que persigan estrategias a largo plazo para la restauración. La clave para evitar soluciones impuestas desde el exterior, que perpetúan la dependencia, radica en seguir el modelo de Nehemías: adoptar un principio de encarnación que asegure que los esfuerzos de restauración y desarrollo se centren en crear barrios prósperos con y para las personas de la comunidad. La encarnación significa adentrarse en las realidades de aquellos a quienes servimos, permitiendo iniciativas que realmente empoderen y eleven a los residentes en lugar de marginarlos aún más.
En América Latina, este principio de ministerio encarnado adquiere una relevancia profunda. Ya sea sirviendo en un barrio urbano descuidado en Lima o trabajando entre comunidades de migrantes en los EE. UU., los cristianos estamos llamados a ir más allá de la caridad. La encarnación implica vivir entre la gente, entender sus luchas de primera mano y asociarse con ellos para co-crear soluciones. Esto podría significar abogar por los derechos de los inquilinos en un barrio amenazado por la gentrificación, crear centros comunitarios o promover iniciativas lideradas localmente que aborden las malas condiciones de vida.
Uno de mis ejemplos favoritos de restauración y desarrollo es lo que ha estado sucediendo en el barrio de Lawndale en Chicago a través de los ministerios de Lawndale Christian Community Church. No solo hay una iglesia próspera en el centro de la comunidad para los residentes de Lawndale, sino que hay ministerios que abordan desde la atención médica hasta la vivienda y los servicios legales, todos establecidos con la convicción de que los cristianos debemos estar comprometidos con el trabajo de restaurar nuestras comunidades. Imagina lo que sucedería si los cristianos de todo el hemisferio occidental aprendieran de la sabiduría del libro de Nehemías, con creyentes viviendo intencionalmente entre la gente en barrios en dificultades, construyendo relaciones y compartiendo la vida. A medida que los vecinos expresan interés en Jesús, se hacen discípulos. El evangelismo compasivo se convierte en una extensión natural de la presencia de la iglesia, y la escucha comunitaria moviliza a los residentes a trabajar juntos para restaurar su barrio. Con el tiempo, emerge una iglesia vibrante, con miembros comprometidos activamente en el ministerio dentro y fuera de sus muros. Esto sería una imagen de éxito según la mayoría de los estándares.
Ahora bien, es importante reconocer que el trabajo de reconstruir barrios descuidados, ya sea en América Latina o en comunidades inmigrantes en los EE. UU., nunca es una solución rápida. Requiere paciencia, compromiso y colaboración. Muchos ministerios exitosos de Desarrollo Comunitario Cristiano (CCD) destacan que el cambio duradero a menudo requiere 15 años o más de esfuerzo sostenido. Este proceso incluye escuchar a la comunidad, construir confianza y empoderar a los residentes para que se apropien de su desarrollo.
La métrica más importante del éxito es la fidelidad: estar presentes como embajadores de Cristo y demostrar el amor de Dios a través de un compromiso constante y a largo plazo. Ya sea sirviendo en una favela brasileña, en una aldea rural hondureña o en un barrio de inmigrantes mexicanos en Los Ángeles, la tarea requiere una presencia fiel y un compromiso con la justicia y la restauración. Al vivir entre aquellos a quienes servimos y trabajar junto a ellos, encarnamos las Buenas Nuevas del Reino, no como forasteros que imponen soluciones, sino como colaboradores para la transformación. Sin embargo, incluso con todo esto, aún faltarían algo crítico: la confrontación de la injusticia.
Confrontación de la injusticia
“Ustedes pisotean a los pobres, robándoles el grano con impuestos y rentas injustas. Por lo tanto, aunque construyan hermosas casas de piedra, nunca vivirán en ellas. Aunque planten viñedos exuberantes, nunca beberán su vino. Pues yo conozco la enorme cantidad de sus pecados y la profundidad de sus rebeliones. Ustedes oprimen a los buenos al aceptar sobornos y privan al pobre de la justicia en los tribunales.” (Amós 5:11-12 NTV)
“En cambio, quiero ver una tremenda inundación de justicia y un río inagotable de rectitud.” (Amós 5:24 NTV)
“El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido para llevar la Buena Noticia a los pobres. Me ha enviado a proclamar que los cautivos serán liberados, que los ciegos verán, que los oprimidos serán puestos en libertad,” (Lucas 4:18 NTV)
En América Latina y entre las comunidades inmigrantes latinas, la confrontación de la injusticia sistémica es una dimensión esencial del ministerio del Reino. Aunque muchos reconocen la naturaleza personal del pecado, a menudo es más difícil ver cómo las instituciones, los sistemas y las estructuras también pueden ser
instrumentos del pecado y del mal. Sin embargo, las Escrituras nos enseñan que nuestra lucha no es solo contra carne y sangre, sino contra poderes y principados de tinieblas que afianzan el pecado y
obstaculizan el florecimiento humano. Las fuerzas opresivas, más allá del pecado individual o el fracaso personal, están en acción, perpetuando la pobreza y evitando que las personas experimenten la vida abundante. Estas fuerzas sistémicas son especialmente evidentes en las luchas de las comunidades marginadas, donde la pobreza, la corrupción y la exclusión social perpetúan ciclos de desesperanza.
A lo largo de América Latina, los legados históricos del colonialismo, la explotación económica y la corrupción política han creado profundas inequidades, con muchas personas sufriendo pobreza arraigada, falta de acceso a educación de calidad, degradación ambiental y violencia estatal. Las comunidades indígenas y afrodescendientes siguen enfrentando discriminación sistémica, y las áreas pobres rurales y urbanas se enfrentan no solo al descuido físico y la falta de inversión, sino también a la exclusión sistémica de los procesos de toma de decisiones. Mientras tanto, muchos que migran para escapar de la violencia o la inestabilidad económica encuentran nuevas formas de injusticia, como prácticas laborales explotadoras, separaciones familiares y sistemas de inmigración quebrantados que mantienen a millones de migrantes indocumentados en un estado de vulnerabilidad y miedo. Reconocer estas injusticias estructurales nos permite ver cómo las fuerzas del pecado operan no solo a nivel individual, sino también a través de sistemas arraigados que privan a las personas de justicia y dignidad. Estas realidades muestran la necesidad de no solo “sacar a las personas del río”, sino de ir río arriba y confrontar las causas raíz de su sufrimiento, porque de lo contrario, el florecimiento pleno de una comunidad permanecerá fuera de alcance.
Hace más de 30 años, me mudé a La Villita, un barrio predominantemente mexicanoamericano en Chicago. Al caminar junto a la comunidad, me encontré con las luchas generalizadas de las familias indocumentadas. Muchos habían arriesgado sus vidas para buscar mejores oportunidades, pero se encontraron atrapados por un sistema legal que criminalizaba su presencia y les negaba protecciones básicas. A medida que buscaba formas de apoyarlos—mediante cuidado pastoral, educación y oportunidades laborales—se hizo evidente que estos esfuerzos, aunque necesarios, no eran suficientes. Abordar su estatus indocumentado y abogar por una reforma migratoria se convirtió en una respuesta crítica del Reino.
Esta experiencia ilustra la importancia de confrontar la injusticia sistémica como parte del ministerio integral. La enseñanza de las Escrituras o provisión de ayuda alimentaria, aunque son esenciales, no pueden abordar completamente las barreras estructurales que oprimen a nuestros vecinos. La abogacía por la reforma migratoria se convirtió en una extensión natural de mi trabajo en La Villita, alineándose con el llamado bíblico a proclamar libertad para los oprimidos y trabajar por el cambio sistémico. Hoy me alienta ver un movimiento creciente de evangélicos que abrazan los temas de justicia, reconociendo que están profundamente conectados con el corazón de Dios y que no son un complemento opcional al ministerio del Reino.
De hecho, una creciente conciencia de la justicia de Dios, tal como se destaca en la Biblia, ha inspirado a muchos en los últimos años a abordar estas injusticias. Sin embargo, la magnitud de los desafíos globales y locales— cambio climático, violencia de género, trata de personas, corrupción y desigualdad económica—puede abrumar incluso los corazones más compasivos. En tales tiempos, es crucial que los individuos y ministerios se enfoquen en los temas que más directamente impactan a sus comunidades locales, asegurando que sus esfuerzos sean sólidos, relevantes y ejecutables.
Así que, aunque algunas injusticias exigen abogacía a nivel nacional, gran parte del trabajo ocurre localmente. Ya sea abordando la privación de derechos de las comunidades indígenas en Guatemala, la violencia de pandillas en Brasil o las inequidades en los barrios urbanos de toda América Latina y los EE. UU., el llamado sigue siendo el mismo: proclamar las Buenas Nuevas a los pobres, liberar a los oprimidos y luchar contra las fuerzas que obstaculizan la dignidad humana y el florecimiento. Confrontar la injusticia en sus raíces no es opcional, sino integral al ministerio del Reino, demostrando el poder transformador de la justicia y el amor de Dios.
Conclusión: Más que palabrería vacía
Hace un tiempo, estaba presentando este mensaje en una iglesia de más de cien años. Al final de la enseñanza, pregunté a la congregación si alguien tenía preguntas o comentarios. Inmediatamente, una mujer en la primera fila—que parecía lo suficientemente mayor como para ser una de las miembros fundadoras—se levantó y gritó: “¡Esto es palabrería vacía!” Reconocí que lo que había presentado no era una respuesta simplista ni fácil a la cuestión de la pobreza en nuestra nación. Luego dije que muchos de nosotros quisiéramos creer que lo único que hace falta para transformar nuestros barrios más devastados es que las personas crean en Jesús. Y aunque la fe en Jesús definitivamente haría una enorme diferencia en la vida de las personas, por sí sola no resolvería los problemas más amplios que afectan a los barrios en los que viven todos los días.
Lo que propongo es que ser agentes de las Buenas Nuevas del Reino en nuestros barrios más vulnerables requiere un enfoque integral y guiado por el Reino. Este trabajo exige un compromiso de los cristianos dispuestos a involucrarse profundamente y de manera sostenible, no a distancia, sino desde una postura de humildad y vida encarnada. Es hora de ir más allá de los viejos paradigmas que segmentan o reducen el trabajo del Reino. Al igual que en los días de Nehemías, necesitamos pioneros que respondan al llamado de Dios de vivir en comunidades vulnerables—no necesariamente para “arreglarlas” sino para estar presentes como agentes del Reino de Dios. Y para aquellos que no están llamados a mudarse a áreas con pocos recursos, mi oración es que se asocien con practicantes fieles del Desarrollo Comunitario Cristiano (CCD) para llevar el shalom de Dios a los barrios necesitados en toda América Latina.
La misión de Camino Alliance es apoyar a ministerios y organizaciones locales en América Latina y entre inmigrantes latinos en los EE. UU. que abordan las necesidades espirituales, la pobreza urbana y la migración para crear comunidades y ciudades prósperas y arraigadas en el Shalom. A través de nuestro trabajo buscamos construir alianzas que desaten el poder de la fe, la justicia, la colaboración y la generosidad para ayudar a los latinoamericanos y a los inmigrantes latinos a crear futuros más brillantes en las comunidades donde viven. Además, buscamos cultivar una comunidad de líderes urbanos comprometidos con la restauración de comunidades con pocos recursos para la gloria de Dios. Te invitamos a unirte a este increíble movimiento de seguidores de Cristo que trabajan para traer un impacto del Reino a las comunidades cercanas y lejanas.
En conclusión, un enfoque integral del ministerio del Reino integra todos estos aspectos—encarnación, proximidad, relación, compasión, restauración y justicia. Cada uno de estos elementos refleja una parte del propio ministerio de Jesús y nos desafía a expandir nuestra comprensión del evangelio. El Reino de Dios nos llama a encarnar las Buenas Nuevas por completo, no solo con palabras, sino a través de vidas que reflejan la justicia, la paz y el amor de Dios en cada comunidad. Para avanzar en el Reino entre los pobres urbanos y las comunidades marginadas de América Latina, debemos adoptar este enfoque integrado, entrando en nuestros barrios como agentes de transformación, habilitados por el Espíritu para traer un cambio holístico. Así como Jesús entró al mundo con humildad y amor, somos invitados a entrar en espacios vulnerables, compartiendo la vida con aquellos que a menudo son olvidados y llevando la esperanza del Reino de Dios donde más se necesita.