NOTAS DEL CAMINO
El Evangelio del Reino de Dios

Table of Contents

Una Reconceptualización Importante

¿Qué es el Evangelio del Reino De Dios?

La Proclamación de Jesús sobre el Evangelio del Reino de Dios

¿Qué es el evangelio? Esta pregunta ha dado lugar a diversas interpretaciones a lo largo de los siglos, enfatizando aspectos variados de la fe, la salvación y el mensaje central del cristianismo. A menudo seleccionamos unos pocos versículos y construimos una teología simplista, en lugar de examinar los profundos temas teológicos que recorren toda la narrativa de las Escrituras. Este enfoque selectivo puede restringir el alcance del evangelio.1 En realidad, el mensaje del Evangelio del Reino de Dios es mucho más amplio de lo que muchas interpretaciones contemporáneas sugieren. Para comprender verdaderamente qué significa el evangelio, debemos regresar y examinar cómo Jesús y los apóstoles hablaron de él, fundamentando nuestro entendimiento en su mensaje de la llegada del Reino y su poder transformador.

Tan pronto como Jesús regresó de sus 40 días de tentación en el desierto, comenzó a predicar un desafío sencillo pero contundente: “¡Arrepentíos, porque el reino de Dios está cerca!” (Mateo 4:17). Al decir esto, Jesús no estaba ofreciendo una nueva forma de entrar al cielo después de morir, sino anunciando que el gobierno del cielo, la misma vida celestial, ahora se estaba entrelazando con la tierra de una nueva manera.2 Instaba a sus oyentes a arrepentirse (griego: metanoia), a experimentar una profunda transformación de mente, corazón y dirección de vida; y esto no meramente para mejorar moralmente, sino en vista de la radical nueva realidad que él llamaba “el reino de Dios”. Jesús usó el término “imperio” (griego: basileia) de Dios, la misma palabra usada para describir el Imperio Romano, señalando un reinado contracultural y divino que contrastaba con los poderes terrenales. Una basilea no es un concepto abstracto; incluye un pueblo, una tierra, y un rey o reina que gobierna.

Cuando Jesús declara que “la basileia de Dios está cerca”, está anunciando que el Reino de Dios ha llegado para desafiar a todos los reinos falsos, ofreciendo esperanza a los que sufrían bajo la opresión y la codicia de los imperios humanos. Al conectar el “evangelio” o “buenas nuevas” (griego: euangelion) con “el reino de Dios,” invocaba deliberadamente un término asociado al Imperio Romano. En ese contexto, las “buenas nuevas” solían referirse a proclamaciones imperiales, como el nacimiento de un nuevo emperador o victorias militares. Por lo tanto, cuando Jesús pregunta: “¿Crees en el Evangelio?”, en realidad está diciendo: “¿Crees en las buenas noticias de este nuevo reino que está irrumpiendo en el mundo?”. Este mensaje audaz y subversivo presenta el Reino de Dios como una alternativa radical a la opresión, la violencia y la corrupción de Roma y sus autoridades locales. Jesús proclama que el Reino de Dios ha venido a desafiar a todos los reinos impostores, ofreciendo esperanza a quienes sufren bajo la brutalidad, coerción y avaricia de los imperios humanos. La autoridad última no reside en César, sino en el Creador, y el reinado transformador de Dios no está limitado a lo espiritual; tendrá profundas implicaciones para la justicia, la sanación, la paz y la renovación de toda la creación, estableciendo una forma de vida basada en la justicia de Dios, su compasión y Shalom.3

  • El Reino de Dios fue el tema del primer sermón de Cristo: “Después que encarcelaron a Juan, Jesús vino a Galilea proclamando las buenas noticias del reino de Dios: ‘¡El tiempo prometido por Dios ha llegado!’ anunciaba. ‘¡El Reino de Dios está cerca! ¡Arrepiéntanse y crean en las buenas noticias!’” (Marcos 1:14-15).
  • Fue el único mensaje que él llamó Evangelio: “Jesús recorría toda Galilea, enseñando en las sinagogas, proclamando el evangelio del reino y sanando toda enfermedad y dolencia entre la gente” (Mateo 4:23).
  • Jesús entendía que su misión y razón de ser enviado consistían en anunciar y encarnar el Reino de Dios: “También a las demás ciudades debo anunciarles las buenas noticias del reino de Dios, porque para esto fui enviado” (Lucas 4:43).
  • Fue el tema central de sus enseñanzas a los discípulos durante los últimos cuarenta días en la tierra: “Después de su sufrimiento, se presentó a ellos, dándoles muchas pruebas convincentes de que estaba vivo. Durante cuarenta días se les apareció y les habló del Reino de Dios” (Hechos 1:3).
  • Jesús dijo que el Reino es la clave para entender su enseñanza: “Él dijo: ‘A ustedes se les ha concedido conocer los misterios del reino de Dios, pero a los demás les hablo en parábolas para que, aunque miren, no vean; aunque oigan, no entiendan’” (Lucas 8:10).
  • En el Sermón del Monte, Jesús dijo que el Reino de Dios debería ser nuestra prioridad y que todo lo demás vendría como añadidura: “Busquen primero el Reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas les serán añadidas” (Mateo 6:33).
  • La venida del Reino es la primera petición en la oración que Jesús nos enseñó: “Venga tu Reino, hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo” (Mateo 6:10), reforzando la idea de que el Reino de Dios no es solo para el más allá, sino para que la voluntad de Dios se cumpla en la tierra ahora.
  • Jesús incluso dijo que “este evangelio del reino será predicado en todo el mundo como testimonio a todas las naciones, y entonces vendrá el fin” (Mateo 24:14), señalando la universalidad de este mensaje.
  • Jesús enseñaba sobre el Reino a través de parábolas. Por ejemplo, “El reino de los cielos es como un grano de mostaza sembrado en el campo. Es la más pequeña de todas las semillas, pero cuando crece es la mayor de las hortalizas, se hace árbol y las aves anidan en sus ramas”. También lo comparó con la levadura: “El reino de los cielos es como la levadura que una mujer mezcla en una gran cantidad de harina hasta que toda la masa fermenta” (Mateo 13:31-33). Estas parábolas ilustran la naturaleza de “ya, pero todavía no” del Reino, que aunque ha comenzado, aún vivimos en un mundo donde el bien y el mal coexisten. La imagen resalta el crecimiento gradual pero imparable del Reino, que empieza pequeño pero se expandirá para transformar individuos y la creación entera.

Queda claro que el Reino estaba en el centro de la predicación, sanación y ministerio de Jesús.4 Es un tema que se extiende desde Génesis 1 hasta el penúltimo párrafo en Apocalipsis 22. Es como si dijera: “Están tan preocupados por el imperio opresivo de César, el reino inestable de Israel y su propio éxito en este mundo, que están pasando por alto lo que realmente importa. ¡El Reino de Dios está aquí, ahora, disponible para todos! Este es el mayor tesoro. El gobierno de Dios está irrumpiendo en la vida humana, transformándolo todo para aquellos que lo abrazan y eligen vivir bajo su autoridad, impactando todas las dimensiones de la vida: espiritual, social y política. No les estoy pidiendo que esperen el cielo; los estoy invitando a vivir bajo el gobierno del cielo aquí y ahora. Vivan como ciudadanos de este Reino, encarnen sus valores y trabajen para su plena realización en el mundo. Crean en estas buenas noticias y síganme, y yo les enseñaré cómo caminar en este nuevo estilo de vida.5

En consecuencia, el mensaje del evangelio no puede separarse del mensaje del Reino de Dios, ya que están profundamente entrelazados en las enseñanzas de Jesús y son fundamentales en su proclamación. No existe evangelio sin el Reino, puesto que el Reino es tanto el contenido del evangelio como el motor de la misión de Dios para redimir y restaurar toda la creación. Esta perspectiva teológica cambia el enfoque de un paraíso lejano a una realidad presente que transforma tanto a las personas como a las sociedades. La declaración de misión de Jesús, tal como se articula en Lucas 4:18-19, subraya esta conexión: “El Espíritu del Señor está sobre mí, porque me ha ungido para dar buenas noticias a los pobres. Me ha enviado a proclamar libertad a los cautivos, que los ciegos vean, que los oprimidos sean liberados, y a proclamar el año favorable del Señor.”

Este pasaje es fundamental, definiendo claramente quién es Jesús y cuál es su misión. Muchos estudiosos están de acuerdo en que “el año favorable del Señor” hace referencia al Año de Jubileo, descrito en Levítico (25:8-13), que implicaba la cancelación de deudas, la liberación de esclavos, el descanso de la tierra y la restitución de propiedades a sus dueños originales.6 Este concepto de Jubileo es la base de la misión de Jesús y es central en el evangelio de Lucas, el cual se centra en la transformación de estructuras sociales, económicas y políticas, así como de las vidas de personas marginadas.7 Lucas presenta el Reino de Dios irrumpiendo en la era presente a través de Jesús, con su misión de reestablecer el Jubileo para Israel y más allá. La declaración de Jesús no es una afirmación privada, sino una proclamación pública de liberación, destinada a generar un cambio social amplio. Como argumenta N.T. Wright, el ministerio de Jesús debe entenderse en su contexto histórico, donde las esperanzas mesiánicas de Israel convergen con la expectativa profética del reinado de Dios. El evangelio, en esencia, es la historia de Jesús, el Mesías que cumple las esperanzas de Israel, inaugura el Reino de Dios e invita a todos a esta nueva realidad: “El reino no es acerca de una nueva experiencia religiosa, sino acerca de la soberanía real de Dios regresando, encarnada en la vida pública de Jesús.”8

En resumen, el mensaje de Jesús sobre el Evangelio del Reino puede definirse así: “¡Un nuevo día está amaneciendo! Dios está estableciendo un nuevo mundo, una nueva realidad, un nuevo Reino. En este Reino, los pobres, los rechazados y marginados serán acogidos y valorados, restaurados completamente a la comunidad. Lo que importará no serán las apariencias externas, sino la verdadera condición del corazón. Todo mal, en cualquiera de sus formas, será expuesto, confrontado y eliminado. En su lugar, prevalecerán la justicia, la integridad, la misericordia y la paz.”9

El Evangelio del Reino de Dios en la Predicación de los Apóstoles en Hechos

Tras la resurrección y ascensión de Jesús, los apóstoles continuaron su misión proclamando el Evangelio del Reino, como podemos ver a lo largo del libro de los Hechos. Lejos de presentar un mensaje distinto o desconectado, los apóstoles hicieron claro que la llegada del Reino de Dios, anunciada por Jesús, era central en su enseñanza y predicación. Subrayaron no solo la salvación individual, sino la transformación de comunidades y naciones enteras bajo el reinado de Dios.

  • Uno de los primeros y más claros ejemplos de esto es el sermón de Pedro en Pentecostés, registrado en Hechos 2. Después de recibir el Espíritu Santo, Pedro se pone de pie ante una multitud diversa de judíos reunidos en Jerusalén y proclama el cumplimiento de las promesas de Dios a través de Jesucristo: “Por lo tanto, sepa todo Israel con certeza que a este Jesús, a quien ustedes crucificaron, Dios lo ha hecho Señor y Mesías. Al oír esto, todos se sintieron profundamente conmovidos y dijeron a Pedro y a los demás apóstoles: ‘Hermanos, ¿qué debemos hacer?’ Pedro les contestó: ‘Arrepiéntanse y bautícese cada uno de ustedes en el nombre de Jesucristo para perdón de sus pecados, y recibirán el don del Espíritu Santo. La promesa es para ustedes y para sus hijos, y para todos los que están lejos, para todos a quienes el Señor nuestro Dios llame.’” (Hechos 2:36-39). Aquí, Pedro llama al arrepentimiento, repitiendo el mismo mensaje que Jesús predicaba: “Arrepiéntanse, porque el reino de Dios está cerca.” Anuncia a Jesús como Señor y Mesías, términos que lo identifican como el rey ungido del Reino de Dios. El énfasis está en reconocer el reinado de Dios y someterse a Jesús como el mediador de este reino.
  • En Hechos 3, Pedro conecta nuevamente el mensaje de Jesús con el Reino de Dios: “Por tanto, para que sean borrados sus pecados, arrepiéntanse y vuélvanse a Dios, a fin de que vengan tiempos de descanso de parte del Señor, y él envíe al Mesías, que ya había sido preparado para ustedes, el cual es Jesús. Él debe permanecer en el cielo hasta el tiempo en que Dios restablezca todas las cosas, como lo prometió desde hace siglos por medio de sus santos profetas.” (Hechos 3:19-21). Las palabras de Pedro vinculan el evangelio con el plan final de Dios de restauración: de la creación, de Israel y de todas las naciones. Anticipa la plena realización del Reino, donde el gobierno de Dios se establecerá completamente en la tierra, restaurando todo a su estado original. Esta restauración es el núcleo de la proclamación apostólica y resuena con la enseñanza de Jesús sobre un Reino que comenzaría humildemente, pero que crecería hasta transformar el mundo.
  • Hechos 8 nos da otro ejemplo importante a través del ministerio de Felipe: “Pero cuando creyeron a Felipe, que les anunciaba el evangelio del reino de Dios y el nombre de Jesucristo, se bautizaban hombres y mujeres.” (Hechos 8:12). La predicación de Felipe en Samaria subraya cómo los primeros apóstoles continuaron poniendo al Reino de Dios en el centro del mensaje del evangelio. No ofreció simplemente la salvación como una experiencia personal; proclamó la llegada del Reino de Dios irrumpiendo en la historia humana a través de la persona de Jesucristo. Quienes se bautizaban no solo mostraban una conversión personal, sino también una profunda reorientación de sus vidas bajo el Reino de Dios. Este acto simbolizaba su compromiso de vivir la nueva realidad del reinado de Dios en la tierra, una realidad donde la sanación, la justicia y la transformación estaban al frente. El bautismo no era solo un acto de fe individual; era una declaración pública de lealtad a los valores del Reino y un paso tangible hacia la vivencia del poder transformador del reinado de Dios tanto en la vida personal como en la vida comunitaria.
  • En Hechos 10, encontramos el sermón de Pedro a los gentiles en la casa de Cornelio. Aquí, Pedro resume el ministerio de Jesús como la inauguración del Reino de Dios: “Ustedes conocen el mensaje que Dios envió al pueblo de Israel, anunciando las buenas nuevas de paz por medio de Jesucristo, que es Señor de todos. Conocen lo que sucedió en toda Judea, comenzando en Galilea después del bautismo que predicó Juan; cómo Dios ungió a Jesús de Nazaret con el Espíritu Santo y poder, y cómo anduvo haciendo el bien y sanando a todos los que estaban bajo el poder del diablo, porque Dios estaba con él.” (Hechos 10:36-38). Pedro declara que Jesús, a través de su vida, muerte y resurrección, ha traído el Reino de paz y liberación de Dios, un reinado que libera a las personas del dominio del mal. Esto hace eco del lenguaje del Reino de Dios que encontramos a lo largo del ministerio de Jesús, reforzando la idea de que la salvación implica el gobierno integral de Dios sobre todos los aspectos de la vida.
  • Otro pasaje que destaca la predicación del Reino de Dios por parte de los apóstoles se encuentra en Hechos 19, donde Pablo continúa su ministerio en Éfeso: “Pablo entró en la sinagoga y habló allí con valentía durante tres meses, discutiendo persuasivamente acerca del reino de Dios.” (Hechos 19:8). Este pasaje proporciona otro ejemplo de cómo el Reino de Dios se mantuvo central en la predicación de los apóstoles, involucrando tanto a judíos como a gentiles en discusiones sobre el gobierno de Dios y sus implicaciones para sus vidas. La persistencia de Pablo en argumentar sobre el Reino de Dios durante tres meses subraya la importancia de este mensaje como base de la misión apostólica. No era un tema secundario, sino el marco a través del cual el evangelio era entendido y compartido, invitando a sus oyentes a una nueva vida bajo el reinado soberano de Dios.
  • Otro fuerte ejemplo de Pablo predicando el Reino de Dios se encuentra en Hechos 20: “Ahora sé que ninguno de ustedes, entre quienes he andado predicando el reino, volverá a verme.” (Hechos 20:25). Aquí, Pablo se dirige a los ancianos de la iglesia en Éfeso, reflexionando sobre su ministerio entre ellos. Declara explícitamente que su predicación se centraba en el Reino de Dios, subrayando una vez más que este era el núcleo de su mensaje dondequiera que iba. La despedida de Pablo enfatiza la importancia duradera de su proclamación del Reino, dejando claro que los apóstoles veían su misión como una de esparcir las noticias del reinado de Dios y llamar a las personas a vivir bajo él.
  • Finalmente, en Hechos 28, la dedicación inquebrantable de Pablo a proclamar el Reino de Dios continúa hasta el final del libro. A pesar de estar bajo arresto domiciliario en Roma, el centro del poder imperial, Pablo permanece firme en su misión: “Durante dos años completos permaneció en su propia casa alquilada y recibía a todos los que venían a verlo. Proclamaba el reino de Dios y enseñaba acerca del Señor Jesucristo con toda valentía y sin estorbo.” (Hechos 28:30-31). Incluso en confinamiento, Pablo proclamaba audazmente el mensaje inseparable del Reino de Dios y el Señorío de Jesucristo. Su predicación subrayaba la naturaleza contracultural del Reino: el reinado de Dios supera toda autoridad humana, incluida la de Roma y cualquier otro imperio terrenal. Para Pablo, el evangelio no se trataba únicamente de la salvación personal, sino de Jesús como el verdadero Señor, cuyo gobierno transforma tanto a los individuos como al mundo. Su mensaje dejó en claro que el Reino de Dios ya había comenzado, llamando a los oyentes a vivir en esta nueva realidad aquí y ahora.

En resumen, la predicación de los apóstoles en Hechos se enfoca constantemente en el Reino de Dios. El Reino no era una idea secundaria, sino el corazón de su proclamación del evangelio. Entendieron que el Reino de Dios era una realidad presente que irrumpía en el mundo y que demandaba una respuesta. Su mensaje llamaba al arrepentimiento, a la transformación y a una reorientación de la vida bajo el gobierno de Dios. Este cambio se simbolizaba a través del bautismo, un acto público que significaba una transferencia de lealtad, un cambio del reino de las tinieblas al Reino del Hijo de Dios. En su predicación, el Reino se convirtió en la lente a través de la cual el evangelio era entendido, un evangelio que prometía no solo salvación personal, sino también la redención de toda la creación. En conclusión, los apóstoles continuaron el mensaje central del ministerio de Jesús: la proclamación del Reino de Dios. Ya fuera en Samaria, en Roma o en cualquier otro lugar, su predicación revelaba que el Reino no se trataba solo de una esperanza lejana, sino de la realización del reinado de Dios aquí y ahora. Llamaban a las personas a vivir bajo el gobierno celestial, a encarnar los valores de justicia, misericordia y paz, y a anticipar la plena llegada del Reino cuando Dios haría nuevas todas las cosas.

El Evangelio del Reino de Dios en las Epístolas y Apocalipsis

A lo largo de las epístolas y el libro de Apocalipsis, el Reino de Dios sigue siendo una referencia fundamental, proporcionando un marco a través del cual los apóstoles y autores bíblicos entienden la vida cristiana, la misión de la iglesia y la redención final de toda la creación. En estas cartas y visiones, el Reino es descrito como una realidad presente que transforma las vidas de los creyentes y que, a su vez, avanza hacia un cumplimiento futuro en el que el reinado de Dios abarcará toda la creación. Este enfoque en el Reino de Dios guía tanto la enseñanza como la exhortación de los apóstoles, que llaman a los creyentes a vivir como ciudadanos de un Reino inquebrantable, anticipando la victoria final sobre el pecado y la muerte.

Los apóstoles no solo predicaron verbalmente el Evangelio del Reino, sino que también escribieron extensamente sobre él en sus cartas y epístolas, reforzando la centralidad del Reino de Dios como el corazón del mensaje del evangelio. Pablo, Pedro, Juan y los demás escritores del Nuevo Testamento enmarcaron constantemente sus enseñanzas en torno a la idea de que los creyentes están llamados a vivir bajo el reinado de Dios, tanto en el presente como en anticipación de su cumplimiento futuro. A continuación, se presentan pasajes clave de las epístolas que demuestran cómo los apóstoles continuaron la proclamación del Reino de Dios iniciada por Jesús.

En las epístolas y Apocalipsis, además de presentar el Reino de Dios como una realidad presente y una esperanza futura, se enfatiza que los creyentes tienen una identidad de embajadores del Reino, llamados a representarlo y difundir sus valores en un mundo que todavía necesita redención y transformación. Este llamado a ser embajadores no solo implica proclamar el mensaje del evangelio, sino también encarnar el carácter y la misión del Reino en la vida cotidiana, demostrando al mundo lo que significa vivir bajo el reinado de Dios.

Ciudadanía en y Representación del Reino

  • La identidad de los creyentes como ciudadanos del Reino es un tema recurrente en los escritos de Pablo. En Colosenses 1:13-14, Pablo explica que Dios “nos ha librado del dominio de las tinieblas y nos ha trasladado al reino de su amado Hijo, en quien tenemos redención, el perdón de los pecados.” Esta imagen de una transferencia de un reino de oscuridad a la luz del Reino de Cristo refleja un cambio de lealtad y de identidad. 
  • En Filipenses 3:20, Pablo escribe: “Pero nuestra ciudadanía está en los cielos, de donde también esperamos al Salvador, al Señor Jesucristo”. Esta declaración les recuerda a los creyentes que su lealtad y esperanza no se encuentran en las realidades terrenales, sino en el Reino celestial. Sin embargo, esto no implica, como algunos lo han interpretado, que debamos desentendernos de este mundo. Al contrario, esta ciudadanía los llama a vivir de manera digna de Cristo, reflejando en la tierra los valores de justicia y amor que caracterizan al Reino celestial. Así, la oración “venga tu reino, hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo” nos invita a encarnar y manifestar el Reino de Dios en todos los aspectos de nuestra vida cotidiana.
  • De igual modo, Pedro reitera esta idea en 1 Pedro 2:9, llamando a los creyentes “linaje escogido, real sacerdocio, nación santapueblo adquirido por Dios.” Esta identidad nacional y sacerdotal resalta la misión de los creyentes a vivir como embajadores del Reino, encarnado los valores del Reino y desafiando las normas y estructuras del mundo que se oponen a Dios.
  • Santiago también alude al Reino al advertir sobre el trato a los pobres y oprimidos. En Santiago 2:5, dice: “Dios no ha escogido a los pobres de este mundo para que sean ricos en fe y herederos del reino que ha prometido a los que le aman?” Este énfasis en el Reino pone de relieve la justicia y equidad que Dios demanda de sus seguidores, llamándolos a tratar a los demás con amor y a vivir como herederos de un Reino donde no hay favoritismo ni opresión.
  • Finalmente, en 2 Corintios 5:20, Pablo afirma: “Somos embajadores de Cristo, como si Dios mismo rogara por medio de nosotros: en nombre de Cristo les rogamos: ¡reconcíliense con Dios!” Aquí, Pablo describe la misión de los creyentes como embajadores de Cristo, llevando el mensaje de reconciliación a todos. Este papel de embajador implica representar los intereses y valores del Reino de Dios en un mundo quebrantado, buscando no solo la reconciliación entre las personas y Dios, sino también entre unos y otros. La paz y la justicia del Reino deben reflejarse en la manera en que los creyentes viven y actúan, promoviendo relaciones sanas, perdón y armonía.

El Reino como Llamado a una Vida Transformada

  • Las epístolas subrayan que el Reino de Dios no es solo una esperanza futura, sino una realidad presente que debe transformar todos los aspectos de la vida de los creyentes. En Romanos 14:17, Pablo destaca que “el Reino de Dios no es cuestión de comida o bebida, sino de justicia, paz y gozo en el Espíritu Santo”. La vida en el Reino implica más que cumplir ritos externos u observancias religiosas; se trata de una transformación interior que produce justicia, paz y gozo, virtudes que deben caracterizar a la comunidad cristiana y desafiar las divisiones y hostilidades del mundo.
  • Asimismo, en 1 Corintios 4:20, Pablo enfatiza que “el Reino de Dios no es cuestión de palabras, sino de poder”. Esto subraya que el Reino es una fuerza dinámica y transformadora capaz de sanar, liberar y actuar con misericordia. Este poder activo continúa la obra de Jesús a través del ministerio de la iglesia y los creyentes, mostrando que el Reino trae un cambio real al mundo.
  • Vivir en el Reino requiere un estilo de vida y una ética alineados con sus valores. En 1 Corintios 6:9-10, Pablo advierte que “los injustos no heredarán el Reino de Dios”, subrayando que quienes persisten en prácticas pecaminosas quedan excluidos de su herencia. Del mismo modo, en Efesios 5:5, enfatiza que “ningún inmoral, impuro o avaro… tiene herencia en el Reino de Cristo y de Dios”, llamando a los creyentes a rechazar el pecado y a buscar la santidad. Esta transformación implica vivir de acuerdo con los valores del Reino y refleja el carácter de Cristo en cada acción y relación.
  • En Gálatas 5:21, Pablo advierte que aquellos que viven conforme a las “obras de la carne” no heredarán el Reino de Dios. Es importante destacar que el término “carne” (griego: sarx) aquí no se refiere simplemente a deseos “malos” o a debilidades humanas individuales, como muchos lo interpretan, sino a una identidad basada en la autosuficiencia y el egoísmo, que genera patrones de vida opuestos a los valores del Reino de Dios. Para Pablo, vivir “según la carne” implica responder a las presiones y valores del mundo, marcado por la ambición, el consumismo y la competencia desmedida, con frecuencia bajo una mentalidad de progresar a costa de los demás. Este tipo de vida desconecta al ser humano de una auténtica comunión con Dios y con los demás. Por ello, Pablo exhorta a los creyentes a abandonar esta “carne” y a vivir conforme al Espíritu, lo cual implica un proceso de transformación hacia un estándar de vida que refleje los valores del Reino de Dios: justicia, paz y amor en la vida cotidiana.
  • Finalmente, en Filipenses 2:15, Pablo exhorta a los creyentes a ser “irreprensibles y sencillos, hijos de Dios sin culpa en medio de una generación torcida y perversa, en la cual ustedes resplandecen como luminares en el mundo”. Esta vida transformada es, en sí misma, un testimonio que refleja la santidad y justicia del Reino en un mundo marcado por la oscuridad y la división. Como luces en la oscuridad, los creyentes están llamados a ser un reflejo del Reino, mostrando una alternativa de amor y justicia frente al egoísmo y la corrupción dominantes en la sociedad.

Esperanza en la Realización Plena del Reino

  • En 2 Timoteo 4:1, Pablo exhorta a su discípulo “en presencia de Dios y de Cristo Jesús, que ha de juzgar a los vivos y a los muertos, y en vista de su manifestación y de su reino, te doy este mandato…” anticipando el regreso de Cristo para establecer plenamente su reinado sobre toda la creación. Esta visión del Reino —presente en el mundo actual pero esperando una consumación final— refleja la tensión del “ya, pero todavía no” que se encuentra en las enseñanzas de Jesús y de los apóstoles. Aunque el Reino comenzó con la vida y ministerio de Cristo, su realización plena se verá solo en el regreso final del Señor.
  • En la carta a los Hebreos, el Reino de Dios es presentado como un Reino inquebrantable que será plenamente establecido al final de los tiempos. En Hebreos 12:28, el autor escribe: “Así que, recibiendo nosotros un reino inconmovible, tengamos gratitud, y mediante ella sirvamos a Dios agradándole con temor y reverencia”. Esta afirmación refuerza la idea de que el Reino es una realidad segura y eterna que los creyentes ya están recibiendo, y que esta certeza debería llevarlos a una vida de adoración y servicio a Dios.
  • Apocalipsis expande esta visión del Reino futuro al describir el triunfo final de Dios sobre las fuerzas del mal y el establecimiento de su Reino en toda la creación. En Apocalipsis 11:15, se declara que “los reinos del mundo han venido a ser de nuestro Señor y de su Cristo; y Él reinará por los siglos de los siglos.” Esta declaración apunta al cumplimiento final del Reino, donde todas las estructuras de poder humano se someterán al Señorío de Cristo. El Reino en Apocalipsis no solo es una esperanza, sino una certeza que traerá restauración completa a la creación, erradicando el pecado, la injusticia y la muerte.
  • La visión final en Apocalipsis 21-22 describe la llegada de una nueva Jerusalén, donde “el tabernáculo de Dios está entre los hombres, y él habitará entre ellos” (Apocalipsis 21:3). En esta visión, el Reino de Dios es un lugar de paz, donde toda lágrima será enjugada y la muerte ya no existirá. Esta culminación del Reino refleja el propósito redentor de Dios, no solo para salvar a los individuos, sino para restaurar todo lo creado.

Resumidamente, a través de las epístolas y Apocalipsis, el Reino de Dios se presenta como el marco central que guía la vida y misión de la iglesia, una realidad transformadora en el presente y una esperanza de redención futura. Desde las cartas de Pablo hasta los escritos de Pedro, Santiago y Juan, los apóstoles enfatizan que el Reino es el núcleo del mensaje del evangelio, no solo como el mensaje de Jesús, sino como el corazón de la misión de la iglesia primitiva. El llamado al arrepentimiento, a la fe y a una vida de santidad es una invitación a vivir bajo el gobierno de Dios aquí y ahora, en comunidad y de acuerdo con los valores de justicia, paz y amor que el Reino de Dios inspira. Esta visión de un Reino presente y futuro proporciona sentido y dirección a la vida cristiana, no limitando el evangelio a la salvación individual, sino invitando a los creyentes a participar activamente en la misión de Dios para establecer su Reino en el mundo, anticipando el día en que “el Reino del mundo vendrá a ser de nuestro Señor y de su Cristo” (Apocalipsis 11:15), cuando el reinado de Dios sea plenamente realizado en toda la creación.

La Necesidad de Adoptar una Comprensión Más Amplia del Evangelio

A la luz de la predicación de Jesús y los apóstoles sobre el evangelio del Reino de Dios, es evidente que muchas interpretaciones modernas se quedan cortas. En particular, dentro de los círculos evangélicos, el evangelio a menudo se reduce a un mensaje simplista: “Jesús murió por ti para que puedas ir al cielo después de morir. Arrepiéntete y acepta a Jesús como tu Señor y Salvador personalpara que cuando te mueras no te pierdas sino que tengas vida eterna“. Si bien esta afirmación contiene elementos de verdad, no abarca toda la amplitud del evangelio proclamado por Jesús y los apóstoles. Jesús es mucho más que un maestro moral que nos pide que lo sigamos y llevemos una vida recta para así alcanzar el cielo después de morir. Si este es nuestro enfoque del evangelio, realmente no hemos entendido sus enseñanzas sobre moralidad y amor, pues estas solo tienen sentido si el Reino de Dios y su reinado vienen para cambiar el mundo. El problema con esta visión reduccionista no es solo un error teológico, sino que tiene consecuencias prácticas. Conduce a los creyentes hacia una visión privatizada y transaccional de la salvación, donde “ser salvo” se convierte en sinónimo de “creer lo correcto,” “evitar ciertos pecados” y “asistir regularmente a la iglesia para asegurar un lugar en el cielo.” Esta visión limitada le quita al evangelio su poder transformador, reduciéndolo a un mensaje centrado únicamente en el pecado individual y la salvación personal para la vida después de la muerte, mientras se pasa por alto el profundo impacto de la vida, muerte y resurrección de Jesús en todos los aspectos de la vida.

Dallas Willard, en La Conspiración Divina, denomina esta reducción como el “evangelio de la gestión del pecado“. Él explica: “Hemos reducido la fe cristiana a simplemente ‘quitar el pecado’, dejando a las personas prácticamente sin cambios, excepto porque su ‘culpa’ ha sido eliminada. El mensaje suele presentarse principalmente sobre cómo evitar el pecado y cómo llegar al reino de los cielos después de morir. De hecho, muchas versiones modernas del evangelio tratan a Jesús como solo un cordero sacrificial, con poco que ver con cómo vivimos día a día en el reino de los cielos antes de morir, especialmente en los aspectos sociales, políticos y culturales de la vida. Esto ha resultado en lo que algunos podrían llamar ‘cristianos vampiros’: aquellos que quieren solo lo necesario de la sangre de Jesús para el perdón de sus pecados, pero evitan un compromiso más profundo y transformador con Él hasta llegar al cielo.”10 Esta visión limitada ignora el poder transformador del Reino de Dios en el presente. Minimiza la riqueza del discipulado y no invita a los creyentes a experimentar la realidad de vivir bajo el gobierno de Dios en su vida diaria.

En contraste, el evangelio del Reino es mucho más amplio. Como enfatiza Willard: “El evangelio del reino no es solo el perdón de los pecados y un boleto al cielo; se trata de vivir en el reino ahora, como aprendices de Jesús en el curso diario de nuestras vidas.”11 Toca no solo los corazones individuales, sino comunidades y sistemas enteros, invitando a todos a participar en la continua obra de restauración y renovación de Dios. Llama a una transformación radical de todas las relaciones: espirituales, sociales, políticas e incluso ecológicas, reflejando el dominio de Dios sobre toda la creación. Esta visión más amplia invita a los creyentes a participar en la obra redentora de restaurar y renovar el mundo. Esto requiere discipulado y un cambio de prioridades, de carácter y de mentalidad, para que podamos vivir vidas caracterizadas por la justicia, la paz, la humildad y el amor. En resumen, cuando el evangelio se reduce a la salvación individual, se crea una misión estrecha y debilitada. Pero una comprensión holística del evangelio del Reino conduce a una misión mucho más amplia que transforma todos los aspectos de la vida. Esta visión más abarcadora invita a los cristianos a formar parte de una historia que es tanto personal como comunitaria, tocando dimensiones sociales, políticas y cósmicas. Las siguientes secciones explorarán estas dimensiones del evangelio del Reino, revelando la profundidad y amplitud de las buenas nuevas que Jesús proclamó.

  • Transformación Personal: Una dimensión crucial del evangelio del Reino es la transformación personal. Sin un cambio interior genuino, el cambio más amplio no es sostenible. Es por eso que Jesús comienza Su ministerio con un llamado al arrepentimiento, invitando a las personas a cambiar su forma de pensar y vivir. Aunque el evangelio ciertamente comienza con la renovación espiritual del individuo, la transformación que Jesús llama va mucho más allá de la mejora moral o de asegurar la vida eterna. El Reino exige una renovación completa de toda la persona: corazón, mente, cuerpo y espíritu, alineando cada parte de la vida con la voluntad de Dios. En el Sermón del Monte, Jesús deja esto claro cuando dice: “Busquen primero su reino y su justicia, y todas estas cosas les serán añadidas” (Mateo 6:33). Esto no es solo una orden para priorizar los asuntos espirituales; es una invitación a reorientar toda la vida en torno a la cosmovisión, valores y realidad del Reino de Dios. La justicia que Jesús menciona no se limita a la piedad personal, sino que se extiende a vivir en una relación correcta con Dios, el prójimo y la creación. Como dice Miqueas 6:8: “Ya se te ha declarado lo que es bueno. Ya se te ha dicho lo que de ti espera el Señor: Practicar la justicia, amar la misericordia y humillarte ante tu Dios”. Esta justicia incluye la misericordia y la humildad, llamando a los individuos a encarnar estos valores del Reino en cada área de la vida, ya sea en relaciones, trabajo o comunidad. La verdadera transformación en el Reino es integral, tocando cada faceta de la vida y reflejando la visión de Dios para el florecimiento humano.
  • Transformación Relacional y Comunitaria: Una dimensión esencial del evangelio del Reino es la transformación relacional y comunitaria, centrada en la reconciliación. El Reino no pretende simplemente cambiar a individuos o sistemas; forma una nueva comunidad, un pueblo reconciliado con Dios y entre sí. El evangelio crea una koinonía, una comunión de creyentes que, a través de Cristo, están llamados a encarnar la paz, el perdón y el amor de Dios. Como escribe el apóstol Pablo en 2 Corintios 5:18-19: “Y todo esto proviene de Dios, quien nos reconcilió consigo mismo a través de Cristo y nos dio el ministerio de la reconciliación: que Dios estaba reconciliando al mundo consigo en Cristo, sin contar los pecados de las personas contra ellos.” Este ministerio de reconciliación es el latido del corazón de la comunidad del Reino, rompiendo barreras que dividen a las personas, ya sean étnicas, sociales o económicas, y uniéndolas bajo el señorío de Cristo (Efesios 2:14-16). En el Reino, se nos llama a vivir relaciones marcadas por la humildad, la misericordia y la justicia, reflejando la naturaleza relacional de nuestro Dios trino. Esto implica buscar el perdón, rechazar la hostilidad y promover la paz en nuestras relaciones, modelando una comunidad radical y contracultural. La ekklesia, como comunidad terrenal del Reino, demuestra relaciones reconciliadas: cuidando de las necesidades de unos y otros, llevando las cargas mutuamente y viviendo en amor y sumisión mutua. Esta transformación relacional va más allá de la iglesia, ya que los creyentes son llamados a ser pacificadores en el mundo. Así, el evangelio no solo se presenta como un mensaje de salvación, sino se convierte en una realidad vivida de reconciliación, mostrando al mundo que el Reino de Dios realmente restaura todas las cosas, comenzando con la sanación de las relaciones humanas.
  • Transformación Social: El evangelio del Reino no solo llama a una transformación personal y relacional, sino también a un profundo cambio social y político que enfrenta el pecado sistémico, poderes opresivos y estructuras opuestas a la justicia, la misericordia y la paz de Dios.12 Esta dimensión política del mensaje de Jesús a menudo se pasa por alto en interpretaciones modernas que reducen el evangelio a un asunto privado e individual. Sin embargo, en la proclamación de Jesús, el Reino de Dios contradecía directamente las estructuras opresivas de Roma y de la élite religiosa de Su tiempo. Al proclamar las “buenas nuevas del Reino de Dios”, Jesús desafió directamente el poder imperial de César, declarando que la autoridad última sobre el mundo no residía en Roma ni en el Sanedrín, sino en Dios. A través de sus enseñanzas y acciones, Jesús demostró que el Reino de Dios está arraigado en el concepto bíblico de justicia (mishpat), destinado a restaurar relaciones correctas entre personas, comunidades y creación. El evangelio del Reino, por lo tanto, está profundamente relacionado con la vida pública, la economía, la política, la ecología y la justicia social. De hecho, los seguidores de Jesús son invitados a participar en la misión de Dios para restaurar y redimir el mundo, formando parte de un nuevo orden social – la ekklesia – que refleja el reinado de Dios, donde la salvación es integral, trayendo sanidad no solo a las personas sino también a sistemas y estructuras quebrantadas.
  • Transformación Cósmica: El Reino de Dios abarca no solo la sociedad humana, sino todo el cosmos. Los milagros de Jesús —sanando a los enfermos, resucitando a los muertos, calmando tormentas— fueron signos de esta renovación cósmica, demostrando el poder del Reino sobre la enfermedad, la muerte y el caos. A lo largo de la narrativa bíblica, Dios se muestra resistiendo todo aquello que corrompe y distorsiona Su creación. A través de la vida, muerte y resurrección de Cristo, estas fuerzas opresoras han sido derrotadas, afirmando que el Creador dice sí a su mundo y no a todo lo que lo destruiría. Esto significa que el Reino trae sanidad no solo a los individuos, sino también a las comunidades, los ecosistemas y toda la creación, revelando el compromiso de Dios de restaurar y renovar el mundo que Él creó. El apóstol Pablo enfatiza este alcance cósmico en Romanos 8:19-21, donde escribe: “La creación espera con anhelo… con la esperanza de ser liberada de la esclavitud de la corrupción y alcanzar la gloriosa libertad de los hijos de Dios.” Esto muestra que el alcance redentor del Reino incluye a toda la creación, liberándola del poder del pecado y la muerte para restaurarla al estado que Dios había planeado. Colosenses 1:20 reitera esta reconciliación cósmica, diciendo que “por medio de [Cristo], Dios reconcilió todas las cosas consigo… haciendo la paz mediante la sangre de su cruz.” Esto subraya que el Reino implica no solo la salvación humana, sino también la restauración de toda la creación. La renovación cósmica es, por tanto, central para comprender el alcance completo de la obra redentora de Dios. La resurrección de Jesús es la primera señal de esta nueva creación, donde el Reino no se trata de escapar del mundo, sino de renovarlo. Esta visión cósmica desafía a la iglesia a ir más allá de la evangelización, la salvación de almas y la plantación de iglesias tradicionales, para incluir el cuidado del medio ambiente, la justicia y una participación activa en el plan de Dios para renovar todas las cosas. En este sentido, el evangelio del Reino es una buena noticia no solo para la humanidad, sino para todo el cosmos, llamando a los creyentes a vivir como agentes de la misión redentora de Dios. 

La visión final del Reino se muestra en Apocalipsis 21-22, donde Juan ve un cielo nuevo y una tierra nueva, con la Nueva Jerusalén descendiendo a la tierra. En esta creación renovada, “la morada de Dios está ahora entre los seres humanos, y Él vivirá con ellos”(Apocalipsis 21:3). El cumplimiento último del Reino es el reinado de Dios plenamente establecido sobre toda la creación, donde toda lágrima es enjugada, y la muerte y el sufrimiento ya no existen.

¿Cuál fue el Plan de Jesús para Avanzar el Reino de Dios?

Para avanzar el Reino de Dios, Jesús empleó un enfoque profundamente intencional y relacional, centrado en la formación de discípulos en lugar de buscar movimientos masivos o la aprobación pública. Su estrategia fue equipar a un pequeño grupo de seguidores para que encarnaran y llevaran adelante el mensaje del Reino. En lugar de enfocarse en despliegues grandiosos de poder, Jesús formó a sus discípulos para vivir bajo el gobierno de Dios de maneras tangibles. Su plan involucraba establecer ekklesias —comunidades misionales— que reflejaran el reinado de Dios y sirvieran como señales concretas del Reino en la tierra.

En el corazón de esta misión estaba el amor sacrificial. Jesús creía que el Reino de Dios vendría no mediante la violencia o el dominio, sino a través del amor hacia los enemigos y el servicio sacrificial. Los evangelios muestran la crucifixión de Jesús como el momento de su entronización, presentándolo como un Rey que vence mediante el amor desinteresado en lugar de la fuerza. A través de su muerte y resurrección, Jesús venció al pecado y la muerte, encarnando los valores radicalmente “invertidos” del Reino.

Después de su resurrección, Jesús envió a sus discípulos a anunciar las buenas nuevas de este Reino al mundo, invitando a las personas a darle su lealtad a Él, el Rey que venció a la muerte con amor. Estas comunidades de seguidores debían encarnar el Reino a través de sus vidas, haciendo del evangelio no solo una creencia, sino una forma de vivir. Las siguientes secciones exploran cómo la formación de discípulos y la creación de estas comunidades del Reino se convirtieron en la base para avanzar el evangelio y transformar vidas.

Estrategia #1: Construcción de un Movimiento de Formación de Discípulos

La formación de discípulos fue la estrategia central de Jesús para avanzar el Reino de Dios. En lugar de priorizar las multitudes o buscar el reconocimiento público, Jesús invirtió profundamente en un pequeño grupo comprometido: construyó confianza y amistad con los tres más cercanos, entrenó y equipó a los doce discípulos, y envió a los setenta a proclamar Su Reino. Pasó un tiempo significativo con ellos, modelando los valores del Reino y equipándolos para encarnar y difundir Su mensaje, vivir bajo el reinado de Dios y participar activamente en Su misión. Como destaca Robert Coleman en El Plan Maestro de Evangelismo, el enfoque de Jesús en unos pocos discípulos fieles desató un movimiento global, demostrando que la formación de discípulos comprometidos y profundos tiene el poder de transformar el mundo.

Desafortunadamente, gran parte del cristianismo moderno se ha desviado de este modelo, a menudo priorizando el crecimiento numérico, la influencia y los programas por encima de la formación transformadora de discípulos. Dallas Willard critica acertadamente esta tendencia, señalando: “Hemos fracasado en ser y hacer discípulos de Jesús”.13 El resultado a menudo es una forma superficial de cristianismo que carece del poder para lograr un cambio real. La falta de una formación profunda lleva a la iglesia a volverse irrelevante y desconectada de su misión, perdiendo la visión completa de la vida en el Reino aquí y ahora. Porque el Reino invita a los creyentes a alinear cada aspecto de sus vidas con sus valores: justicia, misericordia, paz y amor. El Sermón del Monte de Jesús (Mateo 5-7) ofrece un modelo para este tipo de vida, llamando a sus seguidores a ser pacificadores, a tener hambre y sed de justicia, y a vivir con generosidad y amor radical.14 Esta visión del Reino exige más que una simple aprobación doctrinal o un deber religioso; llama a la participación activa en la misión de Dios para restaurar el mundo. El cambio duradero, sin embargo, ocurre en comunidad. Es por eso que el evangelio forma una nueva y alternativa comunidad: la ekklesia, dedicada a vivir bajo el reinado de Jesús y a encarnar la justicia, la paz y el amor de Dios para que todos lo vean.15 Por lo tanto, la formación de discípulos no es simplemente un asunto espiritual o privado, sino un compromiso transformador con la misión de Dios, capacitando a los creyentes para ser agentes del Reino en todas las áreas de la vida. Al cultivar un movimiento de formación de discípulos, la ekklesia avanza así el evangelio del Reino. ¿Pero cómo exactamente?

Estrategia #2: Establecimiento de la Ekklesia como Anticipo, Señal e Instrumento del Reino

En Efesios 1:10, Pablo revela el propósito último del Reino de Dios: unificar todas las cosas bajo Cristo, mostrando la gran visión de reconciliación y restauración de toda la creación. En la era presente, entre la inauguración del Reino a través de Jesús y su cumplimiento final en su retorno, la ekklesia está llamada a ser anticipo, señal e instrumento de este Reino y su proyecto de restauración. Como embajadores del Reino, la iglesia tiene la tarea de representar el reinado de Dios en la tierra, llamando a las personas a la reconciliación con Dios y entre sí (2 Corintios 5:20). Como anticipo, la ekklesia ofrece al mundo un vistazo de la vida bajo el reinado de Dios: una vida marcada por el amor, el perdón, la justicia y la paz. Como señal, la ekklesia apunta más allá de sí misma a la realidad futura del Reino de Dios, demostrando a través de su vida comunitaria que una nueva forma de vivir no solo es posible, sino que ya está irrumpiendo. Y como instrumento, la ekklesia participa activamente en la misión de Dios para traer el Reino, trabajando por la justicia, la reconciliación y la renovación.

Para cumplir con este llamado, la ekklesia debe abrazar el evangelio completo del Reino, yendo más allá de un enfoque en la salvación individual. Si bien la salvación personal es vital, la misión de la ekklesia es mucho más grande: está llamada a encarnar el Reino en la tierra transformando la sociedad, sanando divisiones y restaurando la justicia. Pablo escribe en Efesios 1:22-23 que Dios ha puesto “todas las cosas bajo [los] pies [de Cristo] y lo ha nombrado cabeza sobre todas las cosas para la iglesia, la cual es su cuerpo, la plenitud de aquel que llena todo en todo”. Como cuerpo de Cristo, la ekklesia es el medio a través del cual se extiende su reinado, abarcando la renovación espiritual, social, económica y ambiental. La ekklesia debe oponerse a la opresión, el racismo y la explotación, trabajando por la liberación de los marginados y la sanación de divisiones. En Efesios 2:14-16, Pablo habla de Cristo derribando los muros de división para crear “una nueva humanidad” en Cristo, modelando la unidad y paz del Reino y proporcionando un anticipo de la obra restauradora de Dios. Efesios 2:10 destaca que somos creados en Cristo para buenas obras, indicando el papel activo de la ekklesia en esta renovación. Efesios 3:10 muestra aún más el papel de la ekklesia al revelar la sabiduría multifacética de Dios a las autoridades espirituales, convirtiéndola en una demostración viva de sus propósitos en el Reino. Como esta comunidad reconciliada, la ekklesia está llamada a encarnar los valores del Reino: justicia, misericordia, amor y paz, mostrando una expresión concreta del reinado de Dios. Su misión incluye:

  • Proclamar las Buenas Nuevas del Reino de Dios.
  • Enseñar, bautizar y discipular a nuevos creyentes.
  • Responder a las necesidades humanas a través de un servicio amoroso.
  • Levantar la voz profética, transformar las estructuras injustas de la sociedad, desafiar la violencia de cualquier tipo y promover la paz y la reconciliación.
  • Esforzarse por proteger la integridad de la creación y sostener y renovar la vida de la tierra.

El evangelio finalmente llama a los individuos a una nueva forma de vida dentro del Reino, formando una comunidad que encarna los valores del Reino. Moldeada por la vida, muerte y resurrección de Jesús, esta comunidad es comisionada para ser un agente de sanación y reconciliación, uniendo a las personas en una nueva humanidad: judíos y gentiles, ricos y pobres, hombres y mujeres, todos unidos en Cristo. La ekklesia tiene la tarea de encarnar el Reino a través de actos de amor, justicia y hospitalidad, demostrando que el evangelio es una historia que forma comunidad. Esta es la hermosa misión de la ekklesia: traer vida en un mundo a menudo marcado por la decadencia.

Conclusión: ¿Qué tan exitoso fueron Jesús y los apóstoles en avanzar esta visión?

Al final de su vida, Jesús mostró pocos signos visibles de éxito, y el fruto de su ministerio puede parecer poco impresionante para nosotros. Después de tres años y medio de ministerio, las multitudes que una vez quisieron coronarlo como rey ahora clamaban por su crucifixión. Judas lo traicionó, Pedro lo negó, y el resto de los discípulos lo abandonó. Se podría imaginar que Jesús podría haber dicho: “Mi grupo cercano me ha abandonado, las multitudes desean mi muerte, pero creo que mi madre todavía cree en mí.” En el mundo de hoy, quizás Jesús sería considerado un fracaso, incapaz de lograr el crecimiento visible y numérico que valoran muchos líderes modernos.

Algo similar podría decirse de Pablo. Aunque se le atribuye haber fundado o influido significativamente en siete u ocho iglesias en ciudades como Iconio, Listra, Derbe, Filipos, Éfeso, la bulliciosa ciudad de Corinto, el centro intelectual de Atenas e incluso la capital de Roma,16 su misión podría parecer incompleta o incluso infructuosa al momento de su muerte. Cuando fue martirizado en Roma, probablemente bajo el reinado del emperador Nerón entre los años 64 y 67 d.C., el movimiento cristiano al que había dedicado su vida aún era pequeño y frágil. Pablo murió dejando un puñado de iglesias en casa dispersas por el imperio, cuyos miembros enfrentaban persecución y dificultades, mientras algunas de sus comunidades luchaban con conflictos internos, enseñanzas falsas y divisiones, como fue el caso de Corinto.

Sin embargo, evaluar el éxito del ministerio de Jesús y de sus apóstoles requiere ir más allá de las métricas de éxito habituales. Su aparente fracaso según los estándares modernos era, en realidad, parte de un plan divino más amplio. Es cierto, la naturaleza de Su Reino, “ya presente, pero aún no completamente aquí,” ha sido fuente de confusión y frustración, incluso para figuras como Juan el Bautista, quien, desconcertado por la forma inesperada del Reino, preguntó: “¿Eres tú el Mesías que ha de venir, o debemos esperar y buscar a otro?” (Mateo 11:3). En su respuesta, Jesús afirmó que el Reino efectivamente se estaba desarrollando en su ministerio, aunque no como se esperaba. Los judíos del primer siglo esperaban un Mesías que trajera un alivio inmediato de la opresión romana y una paz y prosperidad totales. En cambio, Jesús proclamó un Reino que comenzaría con su presencia y acciones, y que impulsaría y equiparía a otros para seguirlo y emularlo. Desde ahí, crecería silenciosa y poderosamente, alcanzando cada rincón de la tierra.

En Cristo y el Tiempo, el teólogo francés Oscar Cullmann usa una analogía de la Segunda Guerra Mundial para ilustrar cómo la victoria de Cristo sobre las fuerzas espirituales está tanto presente como pendiente de una realización completa. Así como el resultado de la Segunda Guerra Mundial se decidió efectivamente el Día D, el 6 de junio de 1944, cuando las fuerzas aliadas lograron establecer una cabeza de playa en Normandía, la victoria definitiva de Cristo fue ganada decisivamente mediante su muerte y resurrección. Sin embargo, así como la victoria final en Europa (Día de la Victoria) no llegó hasta casi un año después, el 8 de mayo de 1945, aún experimentamos luchas, sufrimiento y muerte entre la resurrección de Cristo y el cumplimiento final de Su Reino. Vivir entre la resurrección de Cristo y la visión de Apocalipsis es como vivir entre el Día D y el Día de la Victoria. Aunque la victoria está asegurada, el conflicto y la dificultad persisten mientras esperamos la plena realización del Reino. En esta fase de “ya, pero aún no,” coexisten las fuerzas de integridad y pérdida, sanación y sufrimiento, justicia e injusticia, vida y muerte en una tensión dinámica. Jesús ha iniciado una victoria decisiva, y aunque el Reino sigue irrumpiendo en este mundo, esta tensión continuará hasta su cumplimiento final en Su segunda venida. No obstante, Su victoria sobre la muerte y la promesa de una restauración cósmica ofrecen a los creyentes un ancla de esperanza, especialmente en momentos de desesperación.

En resumen, la visión del Reino de Jesús comenzó como una pequeña, discreta semilla de mostaza, destinada a crecer hasta convertirse en algo transformador e imparable. Jesús enseñó que el Reino no avanzaría a través de poder político, económico o militar, sino mediante la presencia fiel de discípulos que encarnaran los valores del Reino. Las iglesias que Pablo y algunos de los otros apóstoles fundaron se convirtieron en la columna vertebral de lo que más tarde sería un movimiento capaz de transformar el Imperio Romano y llevar el mensaje de Jesús a los rincones más remotos de la tierra. Sus enseñanzas ayudaron a definir la identidad del cristianismo como una fe que no estaba limitada por etnia ni geografía, sino que estaba abierta a todos aquellos que creyeran en Jesucristo: en su camino, su verdad y su vida. Su misión no fue exitosa por la cantidad de iglesias establecidas ni por el tamaño de sus seguidores, sino por su fidelidad al llamado que Dios les había encomendado. Hoy, esta presencia se expresa a través de las ekklesias—comunidades que actúan como embajadoras del reinado de Dios en sus lugares, demostrando amor, paz y justicia, e invitando a otros a una vida de transformación (2 Corintios 5:20). Cuando estas comunidades prosperan y viven de acuerdo a su propósito dado por Dios, difunden las enseñanzas de Jesús y traen vida, sanación y esperanza no solo a individuos, sino a comunidades enteras y a la creación misma.

A pesar de muchos desafíos y fallas dentro de la iglesia, la influencia del Reino persiste y está presente en todo el mundo, a menudo en silencio y en lugares inesperados. Esta persistencia se debe a que el Reino de Dios es mucho más grande que la iglesia institucional, alcanzando cada área de la existencia humana y de la creación. El éxito de Jesús es evidente en las vidas y comunidades transformadas por los valores del Reino, en la expansión de sus enseñanzas a través de diversas culturas alrededor del mundo, en los seguidores que se unen a Su misión y encarnan Su visión, y en la renovación milagrosa que se observa en lugares marcados por la ruptura, la desesperación y el aislamiento. Todos ellos representan destellos de un mundo restaurado y reconciliado con Dios, demostrando que el Reino enciende una esperanza que trasciende las expectativas convencionales, y trae sanidad y restauración a individuos y sociedades por igual, apuntando hacia el día en que la plena realidad del Reino de Dios se manifestará y Su voluntad será completamente realizada en la tierra, así como en el cielo. Esta es la razón por la que es realmente una buena noticia: ¡la buena noticia del Reino!


APÉNDICES

Apéndice #1: Una Breve Definición del Reino de Dios

Basándonos en las descripciones anteriores, vemos que el evangelio del Reino de Dios, tal como se presenta en las Escrituras, es una realidad profundamente compleja. Lejos de estar limitado a una esperanza futura, un lugar específico o confinado a la iglesia institucional, el Reino es dinámico y abarcador, tocando cada aspecto de la vida donde se reconoce el señorío de Cristo y se persigue su voluntad. Los siguientes puntos ofrecen una definición clara y concisa sobre el alcance, naturaleza e impacto transformador del Reino.

  • Ubicación del Reino: El Reino es cualquier lugar o esfera—ya sea en el cielo, en la tierra, en la iglesia, un grupo pequeño, una comunidad, una familia, un negocio, una organización o la vida personal—donde Cristo reina y gobierna. Es un ámbito donde Su autoridad, justicia y Shalom están activos y presentes.
  • El Corazón del Evangelio Bíblico: Comprender el Reino es esencial para entender el mensaje central de la Biblia. Las enseñanzas y acciones de Jesús se centraron en el Reino, al que veía como el plan maestro, el propósito unificador y la voluntad última de Dios, que trae redención, coherencia y esperanza al mundo.
  • Presencia y Expresión en la Tierra: El Reino está presente en la tierra dondequiera que se cumpla la voluntad de Dios. Aunque no es visible como un reino terrenal, su realidad se hace visible a través de las vidas de sus ciudadanos, quienes, al confiar y obedecer a su Rey, muestran Su amor y compasión por los demás y por toda la creación.
  • Gobernanza Divina y Justicia: El Reino de Dios no se refiere a un lugar específico, sino al gobierno y la soberanía de Dios irrumpiendo en el mundo a través de la obra de Jesús. No es una esperanza lejana ni está limitado a la vida después de la muerte, sino el inicio del reinado de Dios en el presente, renovando y restaurando toda la creación. Esta gobernanza se evidencia en el amor de sus ciudadanos: amor por Dios, por los demás y por el mundo, con un compromiso hacia la justicia, la defensa de los vulnerables y la atención a las necesidades espirituales, físicas y sociales de las personas.
  • La Tensión del “Ya” y “Aún No”: El Reino de Dios es una realidad con dimensiones tanto presentes como futuras. Jesús inauguró el Reino, pero su plenitud aún está por venir. Esta tensión del “ya y aún no” refleja la naturaleza del evangelio: mientras el Reino comenzó con la vida, muerte y resurrección de Cristo, alcanzará su plena realización en el futuro, con la renovación última de todas las cosas (Apocalipsis 21:5).
  • Buena Nueva de Paz y Restauración: El Reino está aquí, y con él, el gobierno de Dios, el reino de paz, el poder para sanar, transformar y reconstruir lo que ha sido destruido. Este es el mensaje del evangelio del Reino: el anuncio del Shalom de Dios; que Su justicia, paz, sanidad y rectitud están irrumpiendo poderosamente en un mundo quebrantado e injusto y transformándolo desde adentro.

Apéndice #2: Qué Significa Buscar Primero el Reino De Dios

En Mateo 6:33, Jesús insta a sus seguidores a “buscar primero el Reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas les serán añadidas.” Esta declaración no es solo un llamado a vivir rectamente; es una invitación radical a reorientar nuestras prioridades. Al decirles que busquen “primero” el Reino de Dios, Jesús los aparta de una vida centrada en la autosuficiencia, la riqueza o el poder, y los dirige hacia una vida de confianza en la provisión de Dios y de compromiso con sus propósitos.

El Significado de Buscar el Reino

Para entender la profundidad de Mateo 6:33, es útil considerar lo que significaba “Reino” en tiempos de Jesús. Para los judíos del siglo I, un reino era una sociedad real y tangible con un rey, ciudadanos, leyes y un estilo de vida propio. Jesús presenta el Reino de Dios como una realidad divina que irrumpe en nuestro mundo, con Dios como el Rey soberano y sus enseñanzas como la ley que guía. Este Reino desafía los valores de los reinos terrenales, donde el poder, la riqueza y la seguridad personal suelen dominar. En contraste, en el Reino de Dios, el amor, la generosidad y la justicia son supremos.

El Reino Versus la Seguridad Terrenal

Anteriormente, en Mateo 6, Jesús contrasta dos maneras de vivir: una enfocada en la protección ansiosa y otra basada en la fe en el cuidado de Dios. En un mundo marcado por la escasez, la violencia y la injusticia, tendemos naturalmente a centrarnos en asegurar nuestras propias necesidades y las de quienes nos rodean. Pero Jesús advierte en contra de priorizar las preocupaciones materiales, resaltando que esa ansiedad puede alejarnos de vivir como ciudadanos del Reino de Dios. Cuando dice “todas estas cosas les serán añadidas,” no sugiere que buscar el Reino garantice de inmediato comida, refugio o seguridad, sino que presenta una visión a largo plazo de la vida bajo el reinado de Dios, una que eventualmente restaurará la creación a un estado de paz y abundancia. Jesús mismo vivió con fe en esta promesa, a pesar de experimentar pobreza, traición y sufrimiento.

Vivir como Ciudadanos del Reino

El llamado a “buscar primero el Reino” es una invitación a vivir hoy como si el Reino de Dios ya estuviera plenamente presente, aunque en muchos sentidos aún es un “ya, pero todavía no.” Jesús ejemplifica este estilo de vida al resistir la violencia, evitar estrategias de supervivencia centradas en sí mismo y confiar completamente en el cuidado de Dios. Para los seguidores de Jesús, buscar el Reino significa elegir el amor por encima del instinto de supervivencia, la generosidad por encima de la autosuficiencia y el perdón por encima de la venganza. La comunidad cristiana temprana descrita en Hechos 2 ofrece un ejemplo convincente de esta vida centrada en el Reino. Ellos se apoyaban mutuamente, compartían recursos y vivían generosamente, aun enfrentándose a un mundo hostil. Al encarnar el Reino de Dios, experimentaron una libertad de las ansiedades y presiones de la vida centrada en sí mismos.

El Reino como Esperanza y Promesa

Buscar el Reino de Dios también es un acto de esperanza. La enseñanza de Jesús nos invita a confiar en que un día el Reino de Dios se realizará plenamente—un mundo donde el amor, la paz y la justicia reinen completamente. Hasta entonces, vivimos en la tensión de un mundo donde el peligro, la necesidad y el sufrimiento están presentes, pero somos llamados a responder como si el Reino futuro de Dios ya estuviera aquí.

Jesús demuestra que la vida en el Reino no es solo para un paraíso futuro; es una manera de vivir que comienza ahora, transformando tanto corazones individuales como comunidades enteras. Buscar “primero el Reino” significa optar por un estilo de vida que se alinea con el propósito último de Dios para la creación, anticipando el momento en que Su Reino se manifestará en plenitud, trayendo paz, amor y plenitud a toda la creación.

Apéndice #3: Integrando la Gran Co-Misión y El Gran Mandamiento

Encarnando la Plenitud del Reino de Dios

En los relatos de los evangelios, Jesús ofrece a sus seguidores dos mandatos fundamentales que han resonado a través de generaciones de cristianos: la Gran Comisión y el Gran Mandamiento. Mientras que la Gran Comisión nos llama a ir, hacer discípulos y participar en la misión redentora de Dios (Mateo 28:18-20), el Gran Mandamiento se centra en el amor: amor por Dios, por el prójimo y por uno mismo (Mateo 22:37-40). Estos dos mandatos están íntimamente conectados; cada uno da sentido al otro. Juntos, nos llaman a una vida de fe integrada que busca transformar corazones, comunidades y sistemas. Abrazar ambos es realmente encarnar y avanzar las Buenas Nuevas del Reino de Dios.

El Fundamento del Amor en la Misión

Cuando Jesús enseñó el Gran Mandamiento, le preguntaron cuál era la “ley más importante.” Su respuesta fue simple pero profunda: “Ama al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente… y ama a tu prójimo como a ti mismo” (Mateo 22:37-39). En estas palabras, Jesús enfatiza el corazón del discipulado: un amor que permea cada área de nuestras vidas, guiando no solo lo que creemos, sino también cómo nos relacionamos con el mundo.

La misión sin amor fácilmente se convierte en un ejercicio de esfuerzo o control, pero una misión basada en el amor se centra en el profundo y perdurable amor de Dios por la humanidad. Este amor moldea nuestra comprensión de lo que significa compartir el evangelio, recordándonos que no es una tarea a completar, sino una relación a cultivar. El Gran Mandamiento nos llama a adoptar una postura de compasión, empatía y humildad, cualidades esenciales para vivir la Gran Comisión con integridad.

Cuando el amor es el centro de la misión, nos mantiene enfocados en los propósitos de Dios. Al enviar a sus discípulos a hacer discípulos, Jesús les llama a un ministerio definido por el amor a Dios y al prójimo. Este tipo de amor ve a cada persona como portadora de la imagen de Dios y reconoce sus historias y contextos únicos. Busca sanar y elevar en lugar de simplemente “ganar” almas. En cada acto de discipulado, el Gran Mandamiento nos recuerda que el amor—por Dios y por los demás—es el corazón de la misión de Dios.

La Gran Co-misión: Participando en el Proyecto del Reino de Dios

La Gran Comisión de Jesús llama a sus seguidores a “hacer discípulos de todas las naciones,” a enseñarles a obedecer lo que Él ha mandado y a bautizarlos en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Esta Comisión, dirigida a una comunidad y no a un individuo, nos invita a la misión de Dios como socios en lugar de actores solitarios. El término “co-misión” resalta que no vamos solos; vamos en asociación con el Espíritu de Dios, capacitados para vivir y proclamar las Buenas Nuevas.

La Gran Comisión no se trata de esforzarse por lograr algo por nuestra cuenta; se trata de participar en lo que Dios ya está haciendo. Las palabras de Jesús nos recuerdan que debemos “esperar para ser empoderados,” subrayando la importancia de ir con la autoridad del Espíritu de Dios en lugar de nuestra propia fuerza. Nuestra misión no es imponer nuestras agendas, sino unirnos a la obra de Dios, permitiendo que el Espíritu nos guíe. Este llamado a esperar y recibir poder es una invitación a una misión marcada por la humildad y la dependencia de Dios.

Integrando Amor y Misión: Más Allá de Uno Mismo

Un aspecto fundamental de la Gran Comisión y del Gran Mandamiento es el llamado a ir más allá de nosotros mismos. En la Gran Comisión, Jesús nos anima a salir de nuestras zonas de confort—social, cultural y espiritualmente. Nos llama a cruzar barreras y construir relaciones con personas que pueden no compartir nuestros antecedentes, experiencias o perspectivas. Esta es una invitación a enriquecer nuestra vida con la diversidad, aprendiendo a respetar y valorar las experiencias de vida de los demás.

En el contexto del Gran Mandamiento, este llamado a ir más allá de nosotros mismos toma la forma de amor al prójimo. Estamos llamados a amar a quienes son diferentes de nosotros, a empatizar con sus luchas y a regocijarnos en sus alegrías. Este amor nos impulsa a relacionarnos con el mundo que nos rodea, no solo como un proyecto, sino como una relación vibrante y continua. Nos lleva más allá de los límites de lo que es familiar o cómodo, enseñándonos a amar a nuestros vecinos no como “otros,” sino como amigos y familia en Cristo.

Compartir las Buenas Nuevas: Proclamación Basada en Amor y Justicia

Compartir el evangelio está en el corazón de la Gran Comisión, pero una proclamación sin amor puede ser vacía e incluso dañina. Al encarnar tanto el Gran Mandamiento como la Gran Comisión, abordamos la evangelización como un mensaje de amor, esperanza y liberación en lugar de miedo o coerción. Se nos invita a proclamar la resurrección de Jesús no solo como un evento histórico, sino como la irrupción del Reino de Dios—un Reino donde prevalecen el amor, la justicia y la misericordia.

Esta visión del Reino no solo aborda necesidades individuales, sino también el mundo en general, llamándonos a desafiar las injusticias, cuidar a los marginados y honrar la dignidad de cada persona. La resurrección de Jesús señala esperanza para todos los que sufren bajo la brutalidad y la avaricia de los sistemas humanos. Declara que el amor triunfa sobre el odio y que el camino de la humildad y el servicio supera el poder y el orgullo. Al encarnar este amor en nuestra proclamación, invitamos a otros a encontrarse con un Dios que está trabajando activamente para sanar y restaurar todas las cosas.

Hacer Discípulos: Crear Comunidades de Transformación

El llamado de la Gran Comisión a hacer discípulos es más que una simple invitación a la conversión. Es una invitación a cultivar comunidades que reflejen los valores del Reino de Dios. El discipulado implica enseñar a otros no solo a creer, sino a vivir las enseñanzas de Jesús, creando un efecto multiplicador de amor y justicia. Al ayudar a otros a crecer en amor a Dios, al prójimo y a sí mismos, contribuimos a un movimiento que impacta no solo vidas individuales, sino comunidades enteras y futuras generaciones.

Las comunidades formadas de esta manera son espacios de aprendizaje donde practicamos el perdón, la misericordia, la justicia y la gracia. Son lugares donde las personas son animadas a “dejar el viejo yo” y a abrazar su verdadera identidad en Cristo. Estas comunidades se convierten en encarnaciones vivas del Reino de Dios, ofreciendo una visión de lo que significa vivir bajo Su gobierno, aquí y ahora. Modelan una forma alternativa de vida, marcada por la generosidad, la compasión y la solidaridad.

Abrazando el Desafío: Confiando en el Poder y Presencia de Dios

Tanto la Gran Comisión como el Gran Mandamiento nos recuerdan que esta misión está más allá de nuestras capacidades humanas. Jesús sabía que la tarea era inmensa y prometió ayuda divina, empoderándonos con el Espíritu para lograr lo que nunca podríamos hacer por nuestra cuenta. El mandato de hacer discípulos de todas las naciones, cuidar de los vulnerables y amar a nuestros prójimos como a nosotros mismos solo es posible a través de la fortaleza y guía de Dios.

Jesús nos asegura su presencia continua, prometiendo estar con nosotros siempre. Esta promesa de su compañía es una fuente de consuelo y ánimo, recordándonos que no caminamos solos en este viaje. No se nos deja esforzarnos en nuestra propia fuerza, sino que somos invitados a una asociación donde el poder de Dios actúa a través de nosotros. Cuando dejamos nuestra autosuficiencia y abrazamos nuestra dependencia de Dios, descubrimos que Su “yugo es fácil” y Su “carga es ligera.”

Conclusión: La Visión del Reino – Amor Encarnado en Misión

Al encarnar tanto la Gran Comisión como el Gran Mandamiento, nos convertimos en participantes activos en la visión del Reino de Dios. Aprendemos a amar con el amor de Dios, a proclamar el evangelio de esperanza y justicia, y a crear comunidades que reflejen los valores del Reino de Dios. Estos dos mandatos, entrelazados, nos brindan una comprensión holística de lo que significa seguir a Jesús, no solo como individuos sino como un cuerpo misional colectivo.

Nuestra misión es llevar las Buenas Nuevas del Reino a un mundo que necesita desesperadamente amor, justicia y transformación. Al vivir el llamado a amar a Dios, a nuestro prójimo y a nosotros mismos, nos convertimos en vasos de la gracia y la verdad de Dios, testificando a un Reino que está tanto presente como por venir. De esta manera, vivimos, encarnamos y avanzamos plenamente las Buenas Nuevas del Reino de Dios, ofreciendo un mensaje tan amplio y profundo como el mismo amor de Dios.

Notas Finales


  1. Idea adaptada de Eric Liddell, The Disciplines of the Christian Life ↩︎
  2. N.T. Wright, Simply Christian, 164 ↩︎
  3. Brian McLaren, The Secret Message of Jesus, 17 ↩︎
  4. Robert Linthicum, City of God City of Satan, 104 ↩︎
  5. Adaptado de Brian McLaren, The Secret Message of Jesus, 14 ↩︎
  6. Algunos de estos eruditos son Walter Brueggemann (The Prophetic Imagination), Richard B. Hays (The Moral Vision of the New Testament), N.T. Wright (Jesus and the Victory of God), John Howard Yoder (The Politics of Jesus), Christopher J.H. Wright (Old Testament Ethics for the People of God), Jürgen Moltmann (Theology of Hope and The Crucified God), Gerd Theissen (Sociology of Early Palestinian Christianity), Joachim Jeremias (Jesus’ Proclamation of the Kingdom of God) ↩︎
  7. “No podemos leer el Evangelio de Lucas sin notar su profunda preocupación por los oprimidos. Sus referencias a la pobreza y la opresión no son metafóricas, alegóricas ni simbólicas de otros asuntos; él se centra en la difícil situación de personas reales en situaciones de vida concretas. Su intención es mostrar cómo el evangelio puede liberarlos, tanto de las ataduras de la riqueza como de las de la pobreza y la opresión.” (Bruce Bradshaw, Change Across Cultures, 60) ↩︎
  8. N.T. Wright, Jesus and the Victory of God, 206 ↩︎
  9. Adaptado de Brian McLaren, The Secret Message of Jesus, 23 ↩︎
  10. Adaptado de Dallas Willard, The Divine Conspiracy, 37, 41, 42, 45 y Dallas Willard, Renovation of the Heart, 42 ↩︎
  11. Dallas Willard, The Divine Conspiracy, 42 ↩︎
  12. David Bosch, Transforming Mission, 389 ↩︎
  13. Dallas Willard, The Great Omission, 5 ↩︎
  14. Dietrich Bonhoeffer, The Cost of Discipleship, 47 ↩︎
  15. Scott McKnight, The King Jesus Gospel, 133 ↩︎
  16. a) Iglesias en Galacia (Antioquía de Pisidia, Iconio, Listra, Derbe) – Hechos 13-14; b) Iglesia en Filipos – Hechos 16:12-40; c) Iglesia en Tesalónica – Hechos 17:1-9; d) Iglesia en Berea – Hechos 17:10-15; e) Iglesia en Corinto – Hechos 18:1-17; f) Iglesia en Éfeso – Hechos 19; g) Iglesias en Roma (influenciadas por la carta de Pablo, aunque no directamente plantadas por él) – Romanos 1:7; h) Iglesia en Colosas (probablemente a través de sus discípulos, como Epafras) – Colosenses 1:7. ↩︎